07/06/22
Este 7 de junio se conmemora en México el día de la libertad de expresión. La libertad de expresión es uno de los derechos fundamentales en una sociedad con pretensiones democráticas. Desde la proclamación de los derechos del hombre y del ciudadano que surgió de la revolución francesa, y también desde la proclamación de los derechos de la mujer y de la ciudadana por parte de Olympe de Gouges en 1791, dicha libertad se exige como pilar para la consolidación de una sociedad justa y equitativa. Cientos de países y comunidades a lo largo del mundo y la historia han ido integrando esta libertad en sus estamentos constitutivos y acuerdos. De alguna forma, en las sociedades actuales, el derecho a la libertad de expresión es algo que se afirma como necesario y evidente, o que difícilmente puede ser negado.
En nuestro país la libertad de expresión está garantizada por la Constitución, de la mano con la libertad de pensamiento y culto. De igual manera, México está suscrito a básicamente todos los tratados internacionales que buscan promover y asegurar dicha libertad a lo largo del mundo. Sin embargo, y como bien sabía Marx, una cosa es el reconocimiento formal de ciertos derechos y libertades, y otra muy distinta es la realización real y concreta de estos en el ámbito cotidiano de la existencia de las personas.
A pesar de estar asegurada en nuestra Constitución, la libertad de expresión en México sufre constantes ataques y violaciones. Estas se expresan en el incremento de discursos de odio, el cada vez mayor número de asesinatos de periodistas, las amenazas que sufren al intentar cumplir con su trabajo, los ataques de los que son objeto por parte de gobiernos, grupos del crimen y demás poderes fácticos, y la dificultad de encontrar espacios de diálogo real y plural, en los cuales no se imponga una línea editorial represiva o al servicio de los grandes poderes.
Todos estos son problemas y dificultades que ponen en un enorme riesgo la posibilidad de realizar en nuestro país el derecho a la libertad de expresión. Afortunadamente existen hoy en día cada vez más espacios (virtuales, físicos, alternativos) que intentan no sucumbir a las exigencias del poder y sus discursos unívocos, e impulsan diálogos plurales, tolerantes respecto de las distintas visiones e interpretaciones que pueden existir sobre la realidad.
Lo cierto es que estos espacios alternativos conllevan una responsabilidad que no debe ser evadida. Esa responsabilidad es la de la verdad. En un momento histórico como el actual, en el que la información va y viene a una velocidad desconocida hasta hace muy poco, quienes informamos y pretendemos decir algo sobre lo que ocurre, tenemos una responsabilidad con la verdad. Valga decir, con las posibles verdades que habitan la realidad y que no reducen a esta a un solo criterio o perspectiva. Estas verdades, por supuesto, para no sucumbir a la mentira, deben entenderse como verdades críticas, fruto de reflexiones auténticas y sin dobles intenciones, que entiende que la realidad es algo más que lo que aparece de forma inmediata ante nosotros. Se trata de indagar, ir al fondo del asunto, profundizar.
Esto no quiere decir ser neutrales, puesto que lo dicho siempre proviene de alguien con sentires, posturas y creencias propias, algo que de ninguna manera debería esconderse, pero sí hacerse explícito para ponerse siempre a disposición de la crítica y la autocrítica constante. Lo que sí quiere decir es que la libertad de expresión nos compromete a la honestidad y la sinceridad, con miras a hacer posibles debates, discusiones y diálogos con otras y otros. Esta honestidad y sinceridad pueden ser un buen antídoto en contra de los discursos intolerantes que hoy en día ocupan un sinfín de espacios y plataformas.
Personalmente pienso que la censura no es una opción en ningún caso, puesto que esto sería caer en una lógica que se pretende erradicar. Sin embargo, creo que contra la intolerancia y el odio es más que importante seguir construyendo espacios de expresión realmente libre, en los cuales se denuncie como inaceptable el racismo, el machismo, la homofobia, la transfobia, la xenofobia, la pretensión medieval, conservadora y retrógrada de la religión de determinar los destinos de las personas, y cualquier otro discurso excluyente, fundado en el miedo irracional y el prejuicio.