
Julio Gálvez
El poder no solo corrompe, sino que desnuda la verdadera naturaleza de quienes lo ostentan. La ambición, la sed de control y los traumas personales de los poderosos se manifiestan con crudeza, tal como se describe en el “Tratado de la Naturaleza Humana” de David Hume. Y si hay un ejemplo reciente de cómo el poder puede transformar ideales en intereses mezquinos, ese es Morena.
Morena, a diferencia de otros espacios, no se reserva el derecho de admisión. Aquí, cualquiera puede entrar, sin importar su historial, sus convicciones o sus traiciones previas. Su única exigencia es la lealtad momentánea, suficiente para ganar elecciones, aunque eso implique abrirle la puerta a personajes que, en el pasado, representaron lo peor de la política. En la lucha por mantenerse en el poder, la coherencia ideológica ha pasado a ser un estorbo.
Así, Morena repite la historia del PRI, un partido que, en su momento, olvidó a sus bases y prefirió apostar por quienes mejor supieran operar el sistema para su propio beneficio. En lugar de fortalecer una estructura con ideales sólidos, prefirió sumar a oportunistas y saqueadores. Morena sigue exactamente ese mismo camino.
Apenas y López Obrador dejó el poder, y una ola de expriistas llegó a Morena buscando nuevas oportunidades para seguir viviendo del erario. No hubo resistencia; al contrario, los morenistas les abrieron la puerta con gusto, dándole acceso a los mismos que durante décadas fueron sus verdugos. La historia se repite, y con ella, los errores.
Lo peor de todo es la hipocresía de esta estrategia. Morena se vendió como la gran transformación del país, como el fin del viejo régimen, pero, ¿cómo puede haber transformación si están sumando a los mismos personajes que construyeron el sistema que supuestamente quieren erradicar? ¿Cómo pueden hablar de cambio si las mentes que lo dirigen son exactamente las mismas que antes se enriquecieron con la corrupción del PRI? Lo único que han hecho es cambiar de camiseta, pero su esencia sigue intacta.
En la política deben existir principios. Un partido debería ser un reflejo de los ideales que defiende, no un club de negociaciones y pactos en lo oscuro. En el PAN, al menos en teoría, se habla de la defensa de la libertad; en Morena, sus estatutos pretenden representar la izquierda, pero en la práctica, se han convertido en un espacio donde lo único que importa es el poder por el poder mismo. Así como el PRI terminó devorado por su propia corrupción, Morena va por el mismo camino. Porque aquí, la corrupción no es un problema, es la esencia del partido.
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PD. El título de este artículo es una frase de mi amigo Santa Klaus. Un Alemán que vive en Pachuca y que regala Stollen, pan de navidad a las personas que nos portamos bien.