El exilio y la lucha por la justicia: una herida abierta en el Día Internacional de la Mujer



El 8 de marzo de 2025, miles de mujeres salieron a las calles en México para exigir justicia, para gritar los nombres de quienes ya no están, para recordar que la violencia de género sigue arrebatándonos la vida. Pero yo no pude estar allí. Me encuentro en el exilio, lejos de mi tierra, lejos de la lucha en las calles, pero no lejos de la causa que me trajo hasta aquí.

Desde hace años, he sido una activista en la lucha feminista, al frente de la Unión de Madres Protectoras y como integrante de diversas colectivas feministas que han denunciado la impunidad y la violencia de género en México. Mi compromiso con la defensa de los derechos de las mujeres y las infancias me llevó a confrontar a un sistema que protege a los agresores y persigue a quienes los denuncian. No solo luché en los tribunales, también en las calles, en foros internacionales y en espacios de resistencia, dando voz a quienes, como yo, han sido silenciadas.

El doble discurso del poder y la represión en el 8M

Desde la distancia, he podido ver con claridad cómo el Estado se apropia del discurso feminista no para garantizar nuestros derechos, sino para desarticular la lucha. Un ejemplo claro de ello fue lo ocurrido este 8 de marzo en Hidalgo, donde el gobierno estatal, en lugar de proteger a las manifestantes, priorizó la "seguridad" de edificios y monumentos, justificando la instalación de vallas y la presencia de cuerpos policiales.

Lo más indignante es que estas decisiones fueron coordinadas por figuras que en su momento marcharon junto a nosotras, que se autoproclamaron feministas, pero que, al ocupar un puesto en el gobierno, han terminado replicando las mismas prácticas de represión y censura que antes denunciaban. Tal es el caso de Bertha Miranda Rodríguez, quien en su papel de subsecretaria de Desarrollo Político en Hidalgo supervisó la instalación de vallas y el operativo de "seguridad" en la Plaza Juárez.

Aquello que sucedió en Hidalgo es una muestra del doble discurso del poder. Se nos habla de pacificación, de derechos, de igualdad, pero cuando salimos a exigir justicia, nos encontramos con gobiernos que no dudan en reprimirnos. Se nos dice que vivimos un tiempo de transformación, pero seguimos viendo el sello del autoritarismo en la brutalidad policía contra mujeres que solo buscan hacer valer su derecho a una vida libre de violencia.

El exilio: castigo por exigir justicia

Hace cuatro años, denuncié la violencia que sufrimos mi hijo y yo. Creí que la justicia nos protegería, pero en lugar de ello, encontré un sistema que revictimiza, que permite que los agresores eludan la justicia y que castiga a las mujeres que alzan la voz. Enfrentarme al sistema significó recibir amenazas, hostigamiento y persecución, hasta que no me quedó otra salida que huir. Dejé atrás mi hogar, mi trabajo y mi país porque quedarme significaba arriesgar la vida de mi hijo.

El exilio no solo es una separación física, es un castigo impuesto a quienes luchamos por la verdad. Pero desde el extranjero, sigo denunciando, sigo escribiendo, sigo exigiendo. He encontrado redes de apoyo con otras mujeres migrantes y defensoras de derechos humanos que han enfrentado realidades similares. Hemos construido espacios de resistencia más allá de las fronteras y hemos transformado nuestro dolor en acción.

El exilio no es solo un desplazamiento geográfico, es una fractura en la identidad, una imposición que nos obliga a reconstruirnos en un territorio que no es el nuestro. Cada mujer que ha sido forzada a salir de su país por violencia de género o por luchar contra la impunidad carga con una historia de resistencia. Nuestras vidas han sido interrumpidas, pero no nuestra lucha. Nos han intentado borrar, pero seguimos escribiendo nuestra propia historia desde la distancia.

Regresar: un derecho, no una concesión

No quiero ser una activista en el exilio. Quiero volver a México y seguir luchando desde mi tierra. Quiero justicia no solo para mi caso, sino para todas las mujeres que han sido violentadas y silenciadas. Quiero que el 8 de marzo no sea un día de luto, sino un día en el que podamos celebrar que vivir sin miedo es una realidad.

El derecho a la justicia no debería depender de nuestra ubicación geográfica. La resistencia no tiene fronteras, pero el hogar es un derecho que no se nos debe negar. Hasta que pueda regresar, seguiré denunciando. Seguiré recordando. Seguiré exigiendo. Porque el exilio no es olvido. Es resistencia.