Televisa, Trump y la propaganda del odio: Una sociedad teledirigida entre la imagen y la sumisión



En una nueva muestra de su complicidad con los poderes que perpetúan la desigualdad y el autoritarismo, Televisa se convirtió en altavoz de la campaña multimillonaria de Donald Trump, Presidente de Estados Unidos, que criminaliza groseramente a las personas migrantes indocumentadas. El hecho ha provocado una ola de indignación en redes sociales, donde cientos de usuarios exigen que se le revoque la concesión a la televisora de Emilio Azcárraga Jean. Pero este episodio no es aislado: es el reflejo de un fenómeno mucho más profundo y preocupante en México —la consolidación de una sociedad teledirigida, moldeada por la imagen y desprovista de pensamiento crítico, creada por la televisa. 

La campaña en cuestión fue anunciada el pasado 17 de febrero por el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Se trata de una ofensiva propagandística sin precedentes, que durante dos años difundirá en medios de comunicación y redes digitales un discurso de odio contra los migrantes. Su narrativa: equiparar la migración con la delincuencia y el caos. Su objetivo: alimentar el miedo y la xenofobia con fines electorales.

Lo verdaderamente alarmante es que Televisa haya abierto sus señales para difundir estos mensajes, permitiendo que una televisora mexicana —concesionada por el Estado mexicano— se convierta en vehículo de propaganda extranjera contra su propio pueblo. Esto ha desatado una tormenta política y ética. Millones de migrantes mexicanos que sostienen con su trabajo la economía de Estados Unidos —y también la mexicana mediante remesas— son reducidos ahora a caricaturas delictivas, perseguidos sin garantías, y señalados como amenazas.

Ante la presión, la presidenta Claudia Sheinbaum anunció que enviará una iniciativa de ley para impedir que gobiernos extranjeros utilicen medios mexicanos para difundir mensajes de odio. “Los medios concesionados deben servir al interés público, no a intereses racistas o xenófobos”, señaló. La propuesta apunta directamente a prácticas como la de Televisa, pero también a una estructura mediática que desde hace décadas ha modelado el pensamiento colectivo con base en la imagen, el espectáculo y la manipulación emocional.

No es casual. Lo que sucede en México con la televisión tiene décadas gestándose. Ya en 1997, el politólogo y filósofo italiano Giovanni Sartori advertía en su libro Homo Videns: La sociedad teledirigida, que la supremacía de la imagen sobre la palabra había degenerado el proceso democrático, anulando el pensamiento abstracto y debilitando la capacidad crítica de las sociedades. En sus palabras: “el vídeo-niño es incapaz de transformar imágenes en conceptos, vive en una realidad donde ver ha sustituido al pensar”. Sartori no se refería a México en específico, pero pocos países encajan tan bien en su diagnóstico como el nuestro, donde Televisa ha sido, durante décadas, el principal arquitecto del pensamiento pasivo y la obediencia visual.

A esta crítica se suma la visión del sociólogo francés Gilles Lipovetsky, quien en su obra La era del vacío y más tarde en La sociedad de la decepción, describe cómo el consumo de imágenes y espectáculos ha reemplazado a la acción política, convirtiendo a los ciudadanos en espectadores indiferentes. “El espectáculo lo invade todo —dice Lipovetsky—. La información ya no informa, sino que emociona; la política ya no transforma, sino que entretiene.” Así, mientras los migrantes son perseguidos, la televisión transforma su sufrimiento en narrativa sensacionalista, y el público consume sin cuestionar.

La alianza entre Trump y Televisa para transmitir propaganda antinmigrante no solo representa una agresión externa, sino también una evidencia de cómo el poder mediático ha sido cooptado para debilitar la soberanía nacional desde adentro. En lugar de ser un contrapeso democrático como intentamos ser aquí en Nuevo Gráfico contra los políticos, la televisión ha fungido como cómplice del poder, creando una ciudadanía más manipulable, más pasiva y menos informada.

Por eso la indignación va más allá del hecho puntual. Las redes sociales —uno de los pocos espacios que aún permiten una deliberación auténtica— se llenaron de mensajes que piden quitarle la concesión a Televisa. No solo por transmitir los spots de Trump, sino por ser, durante décadas, el instrumento favorito de los gobiernos para fabricar consenso, anestesiar el pensamiento crítico y perpetuar un sistema de dominación cultural.

En suma, lo que está en juego no es solo un espacio de transmisión televisiva, sino la batalla por la conciencia de un país. Mientras Televisa siga utilizando el espectro público como herramienta de control y desinformación, seguirá siendo no solo una amenaza para la verdad, sino también un obstáculo para la democracia. Porque un pueblo que solo ve, pero no piensa, está condenado a obedecer.