
Julio Gálvez
Cuando Elena Poniatowska me invitó a sumarme a participar con el Movimiento de Regeneración Nacional, lo hice convencido de la necesidad de construir una fuerza política verdaderamente plural, nacida de la izquierda y abierta a las nuevas generaciones. Recuerdo mi visita a su casa: entre charlas y anécdotas sobre la historia de la izquierda, un muñeco de AMLO descansaba en su sillón, símbolo de esperanza y compromiso. “Vuelve a visitarme”, me dijo Elenita, confiada en que solo sumando voluntades se lograría la transformación nacional.
No obstante, en Hidalgo, la realidad fue otra. Muy pronto, la lucha interna en Morena se desvió de sus ideales. El grupo encabezado por Abraham Mendoza Zenteno, lejos de utilizar la Secretaría de Formación Política para fortalecer a las bases y formar nuevos cuadros, la convirtió en instrumento de control junto a sus operadores, Carlos Mendoza y Dino Madrid. En vez de abrir el partido a la izquierda y a la juventud, le dieron oportunidad al priismo, privilegiando a quienes llegaban con recursos económicos, no con convicciones.
La estrategia de Mendoza Zenteno y su grupo no sólo consistió en monopolizar la estructura partidista para sus propios intereses, sino en pactar abiertamente con el gobierno priista de Omar Fayad el avasallamiento de Morena y el apoyo político a Simey Olvera. Aquí cobra especial relevancia la negociación de un documento de desaparición de poderes: originalmente concebido como herramienta de presión legítima, terminó siendo pieza clave en la negociación entre Fayad y Ricardo Monreal para entregar la gubernatura de Hidalgo, a cambio de impunidad y la protección de intereses personales de Fayad. Ese documento, si bien puso fin con décadas de priismo, lamentablemente fue utilizado para salvar el pellejo del exgobernador y su grupo.
Tras ese acuerdo, Omar Fayad, a través de su secretario de gobierno, comenzó a operar con recursos públicos para comprar voluntades dentro del grupo de Mendoza Zenteno, consolidando una alianza que vació de contenido y de principios el proyecto de Morena en Hidalgo.
Cuando Fayad, con la complicidad del Congreso local, fragmentó la Junta de Gobierno para repartirse el control entre los partidos mayoritarios, propusimos —junto con el magistrado Leodegario Cortés— una acción de inconstitucionalidad contra la llamada “ley Fayad”. Mendoza Zenteno, lejos de respaldar la defensa de los intereses legítimos de Morena, se negó siquiera a firmar el documento, validando así la estrategia de fragmentación orquestada por el priismo.
El pacto entre Fayad y Monreal no solo puso fin a décadas de hegemonía priista, sino que también abrió la puerta a una ola de oportunistas que, aprovechando el vacío ideológico y la ausencia de formación política, lograron infiltrarse y hacerse con las candidaturas de Morena. El grupo de Mendoza, en lugar de formar nuevos cuadros y fortalecer a las bases, optó por favorecer a los expriistas, relegando y discriminando a los auténticos militantes de la transformación.
La doctrina democrática enseña que los partidos deben nutrirse de sus bases, de la formación política y de la participación crítica, no de pactos cupulares ni de traiciones disfrazadas de pragmatismo. El caso de Hidalgo es una lección amarga: cuando se sacrifica la coherencia y la formación por la ambición de poder, se siembran decepción y oportunismo.
En conclusión, todo este proceso generó un auténtico gatopardismo en Morena: los priistas, lejos de ser desplazados por una verdadera transformación, se camuflaron bajo los colores del nuevo movimiento para salvaguardar sus intereses, perpetuando los mismos vicios del pasado bajo una nueva bandera. Así, la esperanza de millones fue secuestrada por quienes sólo cambiaron de piel para seguir sirviéndose del poder.
P.D. El gobernador Menchaca conoce bien este tipo de discriminación: él mismo la vivió en carne propia cuando fue marginado dentro del PRI. Hoy, quienes reproducen esos mismos patrones excluyentes están enquistados en Morena. Ojalá el gobernador pueda mirar hacia las bases y hacia la verdadera izquierda, para que quienes sí han luchado por la transformación tengan, por fin, el lugar que les corresponde.