
23 de junio de 2025
Aquí tienes el texto complementado con la información confirmada sobre el ataque simultáneo a las instalaciones de Natanz, Fordo e Isfahán, así como las tácticas utilizadas y el impacto económico del posible cierre del estrecho de Ormuz:
En una ofensiva que revive los ecos más oscuros de la Guerra Fría, el presidente Donald Trump ordenó el bombardeo directo sobre tres instalaciones nucleares clave de Irán: Fordo, Natanz e Isfahán. El ataque, denominado por el Pentágono como “Operación Martillo de Medianoche”, fue ejecutado por bombarderos B-2 Spirit que partieron desde Whiteman AFB y utilizaron bombas penetradoras GBU-57 —las infames “bunker buster bombs”— capaces de perforar hasta 60 metros de roca y concreto. A esta acción aérea se sumó el lanzamiento de misiles de crucero Tomahawk desde un submarino nuclear estadounidense, que impactaron con precisión en las plantas de enriquecimiento y conversión de uranio. El objetivo principal, Fordo —considerada “inexpugnable” por su ubicación subterránea en una montaña— fue fuertemente atacado y, según Trump, ha sido “obliterada”.
Natanz, por su parte, sufrió la destrucción casi total de su planta de enriquecimiento piloto y una parálisis energética tras la destrucción de su red eléctrica. En Isfahán, la instalación de conversión de uranio fue blanco de una ofensiva múltiple con misiles que dejaron enormes cráteres y pérdidas materiales significativas. Fuentes de inteligencia filtraron que la operación fue precedida por una maniobra de distracción: una flotilla de B-2 simuló un despliegue hacia Guam para despistar a los radares iraníes y permitir el acceso furtivo a los objetivos principales.
La decisión llegó tras días de presión desbordada. El sistema de defensa israelí conocido como “Domo de Hierro” fue superado por el misil hipersónico Fatah-1 de Irán, lo cual evidenció una vulnerabilidad que encendió las alarmas del Pentágono y del complejo militar-industrial estadounidense. El discurso del “rescate” no tardó en llegar, y Trump —replegado en su narrativa mesiánica— se erigió como el brazo ejecutor de una alianza cada vez más frágil con Tel Aviv.
Horas antes del bombardeo, Steve Bannon, arquitecto ideológico del trumpismo, ya lo anunciaba entre líneas: Trump lanzaría un ataque decisivo a las 16:00 horas del este. The Jerusalem Post, más beligerante incluso que The Times of Israel, presionaba desde sus editoriales: “Israel no puede esperar a Trump para atacar Fordo”, exigía, luego de una llamada tensa entre Netanyahu y el vicepresidente J.D. Vance, quien —para sorpresa de muchos— se resistió a involucrar más a EE.UU. en una guerra ajena.
Lo que en un inicio fue presentado como una ventana de “dos semanas” para negociar con Irán, se reveló como una estrategia de distracción. En realidad, Israel preparaba un “primer golpe” quirúrgico contra la cúpula militar y científica iraní, que incluyó asesinatos selectivos mientras fingía diálogo. El resultado: una respuesta iraní masiva, que incluyó misiles de largo alcance, apagones en Tel Aviv y la evacuación de aviones de combate israelíes hacia Chipre.
En este caos, surgió una voz inesperada: la de Karin Kneissl, ex canciller austriaca, quien denunció desde Russia Today que Netanyahu había lanzado el ataque no por seguridad nacional, sino para evitar la cárcel. A los cargos judiciales en su contra se suman las tensiones internas de su coalición ultraderechista y mesiánica. El ex presidente Bill Clinton lo resumió con crudeza: “Netanyahu siempre ha querido la guerra con Irán para mantenerse en el poder. Y le ha funcionado por 20 años”.
La narrativa oficial de la victoria —repetida por Trump al afirmar que “Israel va ganando”— contrasta con las advertencias del coronel retirado Douglas MacGregor, ex asesor del Pentágono: “La situación es peor de lo que se dice. Una tercera parte de Tel Aviv ha sido destruida. Israel no estaba preparado para la respuesta iraní”.
Y el escenario puede empeorar. Tras los ataques, Irán amenazó con cerrar el estrecho de Ormuz, por donde transita alrededor del 20% del petróleo mundial. Esta medida tendría consecuencias inmediatas para los mercados globales, con alzas en los precios del crudo y disrupciones logísticas. Sin embargo, países como México —cuyos envíos petroleros no dependen del Golfo Pérsico— podrían verse beneficiados. Una crisis energética de esa magnitud haría más atractiva la oferta mexicana, tanto por ubicación geográfica como por certidumbre de suministro, con posibles repuntes en el precio y las exportaciones de Pemex.
Mientras el planeta se asoma al abismo, Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional de Israel, sembró el pánico al invocar Hiroshima y Nagasaki. “Recuerden lo que somos capaces de hacer”, dijo, en una clara alusión a la Opción Sansón, la doctrina que autoriza el uso de armas nucleares si la existencia de Israel se ve amenazada. Se estima que el arsenal atómico israelí —no oficial y no supervisado internacionalmente— ronda entre 90 y 500 ojivas, almacenadas en Dimona.
Al final, Trump cedió a las presiones del Deep State, representado por figuras como el senador Lindsey Graham, aliado incondicional de Netanyahu. El ataque a Fordo, Natanz e Isfahán no fue un acto aislado: fue un mensaje global, un recordatorio brutal de que el poder nuclear aún es moneda de cambio en la política internacional.
Hoy, el mundo no solo evalúa la efectividad de los bombardeos. Evalúa también qué tan cerca está de una guerra mundial, no solo por error, sino por cálculo. El Fatah-1 voló más allá del Domo de Hierro. Pero lo que viene después, puede volar por los aires toda la arquitectura de seguridad global construida desde 1945.