
La alcaldesa morenista de Acapulco, Abelina López, gastó 310 mil pesos en 100 retratos oficiales para colgarlos en las oficinas del municipio. Para que se den una idea, los dos óleos de Arturo Zaldívar en la Suprema Corte costaron solo 110 mil… La austeridad, bien gracias.
Jorge Montejo
30 de julio de 2025
En un episodio que parece sacado directamente de la sátira mexicana La Ley de Herodes, la alcaldesa morenista de Acapulco, Abelina López Rodríguez, decidió inmortalizar su imagen no una, ni dos, sino cien veces. El municipio destinó 310 mil pesos del erario para que le pintaran cien retratos oficiales, los cuales fueron distribuidos en las distintas oficinas del ayuntamiento. Porque si algo no puede faltar en un gobierno de la “austeridad republicana”, es la egoteca institucionalizada.
El dato por sí solo genera ruido, pero se vuelve escandaloso cuando se compara con el costo de los dos retratos al óleo de Arturo Zaldívar —expresidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación—, cuyo precio fue de 110 mil pesos en total. Es decir, por casi el triple del monto, la alcaldesa de Acapulco no obtuvo un par de óleos, sino una centena de autorretratos glorificados.
No se trata únicamente de una decisión presupuestal cuestionable, sino de una expresión gráfica del narcisismo político que parece instalarse como norma dentro del oficialismo. Mientras el puerto enfrenta problemas estructurales como la inseguridad, la crisis ambiental tras los recientes desastres naturales y la pobreza creciente en sus colonias populares, la alcaldesa parece tener otras prioridades: que no falte su rostro en cada pared gubernamental.
En un país donde la propaganda oficial ha sustituido al servicio público, y donde la línea entre la promoción personal y la gestión institucional está completamente borrada, el caso de Abelina López es apenas una muestra del culto a la personalidad que prolifera en la llamada “Cuarta Transformación”. Los retratos pueden parecer un exceso menor, pero son símbolo de una patología más profunda: la obsesión por el poder, la imagen, y la permanencia, incluso si eso significa derrochar dinero público.
Porque, como bien lo dice el dicho popular que inspiró aquella película: “o te chingas… o pintas retratos”.