No más chapulines: Morena busca limpiar sus filas



Jorge Montejo 

20 de julio de 2025

Morena ha anunciado con bombo y platillo la creación de una flamante Comisión de Evaluación para sus nuevos aspirantes, prometiendo el “fin de la era de los chapulines”. El VIII Consejo Nacional del partido pretende con este filtro asegurar que la adhesión sea por convicción y no mero cálculo político, algo que —según Alfonso Durazo Montaño— cambiará el rumbo del movimiento. ¿Será?

Después de más de una década dejando entrar a “personajes cuestionables”, expriístas de dudoso pasado y oportunistas profesionales, Morena finalmente se reservará el derecho de admisión. Según el nuevo documento, la Comisión Evaluadora revisará cada perfil, en especial el de quienes vengan brincando de otros partidos, y descartará a quienes hayan sido condenados por delitos graves o hayan traicionado al movimiento aliándose con fuerzas ajenas. El mensaje oficial es claro: se acabaron los tiempos de la puerta giratoria para corruptos y camaleones.

Durazo Montaño fue tajante: “Nadie tiene derecho a chantajear con la ruptura si no se le concede el puesto al que aspira. Morena debe seguir siendo el instrumento del pueblo y no un vehículo para satisfacer ambiciones personales”. Duro en el discurso, aunque en la práctica ya sabemos cuántos “vehículos” han terminado como Uber político de expriístas, exaliancistas y ex de todo.

Ignacio Mier, vicecoordinador en el Senado, admite que el reclamo viene de la base del partido, cansada de ver cómo la dirigencia entregaba candidaturas a diestra y siniestra. Y Dolores Padierna, por su parte, aplaude los filtros para evitar que personajes impresentables —esos que los propios morenistas antes llamaban “adversarios”— lleguen a candidaturas por la vía rápida. Todo en aras de cuidar el prestigio (¿todavía queda?) y los principios de la llamada Cuarta Transformación.

Eso sí, la lista de los verdaderos protagonistas ausentes en la reunión dice más que la propia iniciativa: no fueron invitados varios de los grandes operadores del reciclaje político. Faltaron nombres como Ricardo Monreal o Mario Delgado, arquitectos de la apertura indiscriminada de la puerta trasera del partido (quienes seguramente ya no podrán imponer candidaturas). Y ni qué decir de figuras históricas como Elena Poniatowska, cada vez más distantes de la operación real.

En teoría, la Comisión de Evaluación es una respuesta a la exigencia de la militancia real, la que ve cómo la “transformación” se convirtió en pasarela de tránsfugas y convenencieros. Pero la realidad en entidades como Hidalgo es otra: ahí, la gubernatura se entregó mediante pacto político, no por una verdadera revolución democrática. La estructura del partido en el estado fue tomada por oportunistas, desplazando a quienes por años lucharon en la resistencia y defendieron la democracia. El famoso “pueblo” quedó, otra vez, marginado mientras los de siempre pactaban en lo oscurito.

Y aquí está el meollo que Morena intenta disimular: todos los problemas que hoy atraviesa el partido a nivel nacional —el desprestigio, las acusaciones de cercanía con el narcotráfico y la complicidad con políticos corruptos— tienen origen directo en esa apertura a expriístas y chapulines. Son ellos quienes han contaminado al movimiento, transformando lo que prometía ser una alternativa ética en una copia burda de los vicios del viejo régimen.

Por eso, aunque se pretenda vestir de pureza la nueva política de Morena, la credibilidad sigue en duda. En Hidalgo, la simulación de “transformación” solo sirvió para cambiar de administradores, no de principios. Los pactos políticos, los intereses personales y las políticas neoliberales —ahora disfrazadas de polos de desarrollo— evidencian que, al menos aquí, no hubo transformación real, solo un simple reacomodo de poderes, a costa de la izquierda verdadera.

En suma: la Comisión de Evaluación puede ser un gesto de buena voluntad para las bases, pero mientras se sigan premiando los pactos de élite y la exclusión de quienes sí han luchado, Morena seguirá navegando entre la simulación y el desencanto. Lo único seguro es que el circo sigue, aunque algunos payasos hayan cambiado de disfraz.