¿Por qué estamos perdiendo la batalla contra los baches?



21/07/25

En Pachuca, el bache se ha convertido en un símbolo incómodo de algo más profundo: el deterioro de la confianza ciudadana en la gestión pública. No es solo un agujero en el asfalto, es un recordatorio cotidiano de promesas incumplidas y de un ciclo que parece repetirse sin solución real. ¿Por qué, después de tantas administraciones, seguimos esquivando el mismo problema?

Las cifras oficiales son elocuentes. En el último año, Pachuca reportó más de 15 mil baches atendidos, según el propio ayuntamiento. Sin embargo, basta caminar o conducir por cualquier colonia para notar que la realidad no coincide con el optimismo de los reportes. El ciudadano percibe otra cosa: calles que se rompen una y otra vez, reparaciones superficiales y promesas recicladas. Mientras tanto, el costo económico sigue acumulándose. Cada bache es un daño potencial a un vehículo, un riesgo para un motociclista o un ciclista, un obstáculo que encarece el traslado cotidiano.

Pero la raíz del problema no está en la capacidad operativa del gobierno local. El verdadero enemigo es la falta de planificación a largo plazo y el uso político del mantenimiento urbano. Las reparaciones se concentran en avenidas visibles y periodos electorales, mientras las colonias periféricas quedan olvidadas. El bache no es una falla técnica, es una elección política.

A nivel internacional, ciudades como Medellín y Curitiba han demostrado que combatir el deterioro urbano requiere cambiar la lógica reactiva por una estrategia preventiva. Aquí, seguimos tapando baches cuando aparecen, en lugar de reconstruir calles con estándares de durabilidad real. El presupuesto asignado para obra pública en Pachuca, prioriza pavimentaciones nuevas que lucen mejor en redes sociales, en lugar de renovar de fondo las arterias más desgastadas. Es un maquillaje urbano que se agrieta con la primera lluvia.

La corrupción tampoco es un tema menor. Empresas improvisadas, contratos otorgados bajo criterios poco claros y materiales de baja calidad forman parte de un esquema que favorece la reincidencia del problema. El bache es rentable políticamente porque siempre es visible, siempre se puede prometer su reparación.

La pregunta no es cuántos baches se han tapado, sino cuánto tiempo aguantan después de ser reparados. La rendición de cuentas debería centrarse ahí, pero no existe una auditoría ciudadana efectiva que exija durabilidad y calidad en la obra pública. Las denuncias digitales sirven como catarsis, pero no como solución estructural.

El bache es síntoma y metáfora. Mientras sigamos abordándolo como un tema menor, como un simple asunto de mantenimiento cotidiano, seguiremos perdiendo la batalla. La verdadera pregunta es: ¿cuándo dejaremos de administrar el problema para empezar a resolverlo?