
Alonso Quijano
La escritora e investigadora Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del expresidente Andrés Manuel López Obrador, ha dado un giro inesperado en su vida pública y privada. El diario español ABC reveló que decidió mudarse a Madrid junto con su hijo Jesús Ernesto, quien iniciará estudios de derecho en la Universidad Complutense de Madrid. La noticia no sería trascendente de no ser porque Gutiérrez Müller ha elegido instalarse en La Moraleja, una de las urbanizaciones más exclusivas de la capital española, símbolo de estatus y residencia habitual de las élites económicas y políticas de ese país.
La revelación ha despertado reacciones encontradas, no solo por lo que implica en términos personales, sino por la carga simbólica que arrastra. En 2019, Gutiérrez Müller fue pieza clave en la carta que el entonces presidente López Obrador envió al rey Felipe VI para exigir disculpas por los agravios cometidos durante la Conquista de México. El gesto, que en su momento generó tensiones diplomáticas, contrasta ahora con la decisión de residir en el mismo país al que se señaló como responsable histórico de un pasado colonial. Según el medio español, la investigadora no solo ha gestionado un cambio de residencia, sino que incluso ha iniciado trámites para obtener la nacionalidad, amparándose en sus raíces familiares y en las disposiciones de la ley de Memoria Democrática.
Más allá del aspecto simbólico, el traslado también se interpreta como un movimiento político de fondo. La relación de Gutiérrez Müller con la nueva presidenta Claudia Sheinbaum se describe como tensa, y no pocos observadores han visto en su mudanza un retiro estratégico de la esfera de poder que hoy ocupa Palacio Nacional. Particularmente recordado fue el mensaje que ella publicó en redes sociales tras la victoria de Sheinbaum: “La historia la escriben los pueblos. No las élites”, una frase interpretada como un deslinde directo de la narrativa oficial del nuevo gobierno.
De esta forma, su presencia en Madrid se percibe como algo más que una simple decisión familiar para acompañar a su hijo en su vida académica. Se trata de un movimiento que puede leerse como un “exilio cómodo”, un distanciamiento voluntario del nuevo régimen en México, envuelto en contradicciones que exponen el doble discurso de quienes, desde la política, cuestionaron a España y sus élites, pero que en la práctica no dudan en integrarse a ellas. La Moraleja, donde ahora residirá la familia, se convierte entonces en el escenario perfecto para evidenciar esa ironía: de exigir disculpas históricas a instalarse en el corazón del país criticado.
La revelación ha despertado reacciones encontradas, no solo por lo que implica en términos personales, sino por la carga simbólica que arrastra. En 2019, Gutiérrez Müller fue pieza clave en la carta que el entonces presidente López Obrador envió al rey Felipe VI para exigir disculpas por los agravios cometidos durante la Conquista de México. El gesto, que en su momento generó tensiones diplomáticas, contrasta ahora con la decisión de residir en el mismo país al que se señaló como responsable histórico de un pasado colonial. Según el medio español, la investigadora no solo ha gestionado un cambio de residencia, sino que incluso ha iniciado trámites para obtener la nacionalidad, amparándose en sus raíces familiares y en las disposiciones de la ley de Memoria Democrática.
Más allá del aspecto simbólico, el traslado también se interpreta como un movimiento político de fondo. La relación de Gutiérrez Müller con la nueva presidenta Claudia Sheinbaum se describe como tensa, y no pocos observadores han visto en su mudanza un retiro estratégico de la esfera de poder que hoy ocupa Palacio Nacional. Particularmente recordado fue el mensaje que ella publicó en redes sociales tras la victoria de Sheinbaum: “La historia la escriben los pueblos. No las élites”, una frase interpretada como un deslinde directo de la narrativa oficial del nuevo gobierno.
De esta forma, su presencia en Madrid se percibe como algo más que una simple decisión familiar para acompañar a su hijo en su vida académica. Se trata de un movimiento que puede leerse como un “exilio cómodo”, un distanciamiento voluntario del nuevo régimen en México, envuelto en contradicciones que exponen el doble discurso de quienes, desde la política, cuestionaron a España y sus élites, pero que en la práctica no dudan en integrarse a ellas. La Moraleja, donde ahora residirá la familia, se convierte entonces en el escenario perfecto para evidenciar esa ironía: de exigir disculpas históricas a instalarse en el corazón del país criticado.