Las rechiflas a los PRIsidentes



24/08/25

En otros tiempos, los presidentes aguantaban vara, no le sacaban ni se hacían chiquitos. Sin duda, los presidentes del viejo sistema priísta supieron mantener la investidura con toda dignidad. No eran demócratas, ni respetuosos de la ley, actuaban con impunidad y construyeron un sistema político donde la simulación fue su cimiento, pero no se arredraban ante el descontento popular.

Y, hay que decirlo: entre 1940 y 1968, todos contaron con el reconocimiento de la mayor parte de la sociedad, gracias a la bonanza económica, y los que gobernaron a partir de 1970, se hacían de oídos sordos: siempre creyeron que los gritos en su contra iban dirigidos a otra persona.

El 6 de marzo de 1943, el presidente Ávila Camacho inauguró el Hipódromo de las Américas -obra que además fue impulsada por interés propio- y permaneció en el foro como testigo de la primera jornada de carreras. La gente festinaba que el presidente estuviera presente; su cercanía con la gente era casi mágica por lo que se movía entre ovaciones y aplausos.

Miguel Alemán por su parte, se dio vuelo inaugurando foros de espectáculos y deportivos como el Auditorio Nacional el 25 de junio de 1952 o el estadio Olímpico Universitario, el 20 de noviembre de 1952 -unos días antes de entregar el poder. En ambos casos con la casa llena.

Gracias a la afición del presidente López Mateos tenemos Autódromo, el cual inauguró el 20 de diciembre de 1959, con los “500 kilómetros de México”, mismos que se echó enterito no obstante que el evento duró más de 4 horas. En 1966, Díaz Ordaz dio la patada inicial con la cual comenzó su historia el estadio Azteca.

Eran otros tiempos, pero siempre había la posibilidad de que el presidente fuera abucheado, recibiera mentadas o rechiflas a diestra y siniestra. Los abucheos al presidente comenzaron propiamente en la inauguración de los juegos olímpicos de 1968, y de ahí pa’l real.

Desde Díaz Ordaz no ha habido presidente que no haya sentido el musical sonido de un “cuuuuuleeeeero” bien ganado -cuando menos-, pero todos habían aguantado candela, hasta Enrique Peña Nieto que decidió inaugurar el estadio de los rayados del Monterrey siempre y cuando estuviera vacío.

“Fue un asunto de agenda”, decían sus voceros, “lo que impidió que el presidente estuviera presente en el partido inaugural”. Pero lo cierto es que queda para la historia el hecho de que el presidente inauguró un estadio vacío por temor quizá a romper el récord de rechiflas y mentadas de madre, como le sucedió a Miguel de la Madrid y que se lo tenía bien ganado desde 1986.