
Jorge Montejo
2 de agosto de 2025
La fiesta iba en grande para Morena. Como si fuera celebración patronal, los chapulines y oportunistas que saltaron de otros partidos no paraban de bailar al ritmo del presupuesto. La vida era bella para los “nuevos morenistas”, esos expriistas, expanistas y experredistas que encontraron en el partido de AMLO la puerta abierta para seguir disfrutando del poder. Pero todo se empezó a complicar cuando desairaron a la presienta Sheinbaum y salieron a la luz las fotografías de sus vacaciones de lujo por todo el mundo, justo en medio del discurso de austeridad republicana.
La crisis de credibilidad que enfrenta Morena no es fortuita; tiene nombre y apellido. Es culpa directa de esos chapulines que, acostumbrados a vivir del erario desde tiempos inmemorables, creyeron que vestir la camiseta guinda sería suficiente para seguir gozando de privilegios, ahora con legitimidad renovada. Pero olvidaron un detalle importante: la gente que votó por Morena lo hizo justamente porque quería un cambio real, no la repetición disfrazada de los vicios del pasado.
Y ahora, en pleno intento de consolidar un maximato, AMLO dejó a esos oportunistas incrustados estratégicamente para mantener su influencia y poder después de su mandato, creando un problema aún mayor. Dinamitan el gobierno de Claudia Sheinbaum desde adentro, generando una implosión que le impide consolidar plenamente su autoridad.

Claudia Sheinbaum llegó a la presidencia con la misión histórica de romper con los moldes tradicionales del poder político. Pero hoy, en lugar de gobernar con libertad, debe lidiar con las explosiones internas provocadas por los chapulines y oportunistas que AMLO colocó para gobernar tras bambalinas. El expresidente no quiere perder control, pero sus fichas, lejos de ayudarle, están debilitando al gobierno que él mismo impulsó.
Así es como la fiesta se les está acabando a estos “nuevos morenistas” de vieja escuela. La crisis es tan profunda que la ciudadanía no distingue ya entre Morena y los partidos del viejo régimen, pues las prácticas son idénticas: derroche, cinismo y vacaciones de lujo. La llamada transformación terminó convertida en un carnaval de contradicciones, una tragicomedia donde quienes prometían austeridad aparecen en Instagram disfrutando langosta en restaurantes exclusivos.
Parece que la credibilidad de Morena era más frágil de lo que pensaban, y fueron precisamente sus queridos chapulines quienes terminaron comiéndose todo lo que quedaba. Hoy, la fiesta terminó, las luces se apagaron, y la resaca de poder apenas empieza.