
Jorge Montejo
15 de octubre de 2025
El reciente informe de gobierno de la maestra Delfina Gómez en el Estado de México dejó una postal que, más que representar una “transformación”, pareció una vuelta al pasado. En primera fila, flanqueándola con sonrisas de vieja camaradería, se encontraban Eruviel Ávila, Arturo Montiel y César Camacho Quiroz, tres de los más emblemáticos políticos del antiguo régimen priista. Solo faltaron Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto para completar el álbum del viejo PRI que Morena juró enterrar.
El evento, celebrado en el Congreso local, fue un despliegue de formalidad institucional, pero el simbolismo político fue inevitable: la supuesta “Cuarta Transformación” convivía abiertamente con quienes, durante décadas, fueron señalados como parte de la “mafia del poder”. En las redes sociales, las imágenes se viralizaron rápidamente, acompañadas de críticas que cuestionan si Morena realmente representa algo distinto o si simplemente se trata del mismo sistema reciclado con nuevos colores.
Mientras la gobernadora presumía avances en programas sociales y educación, los reflectores se desviaron hacia las figuras del pasado que, paradójicamente, hoy gozan de buena relación con el nuevo régimen. En política —como diría Lampedusa— todo cambia para que todo siga igual.