
26 de octubre de 2025
Las joyas de la emperatriz Eugenia de Montijo fueron robadas del Museo del Louvre. Por desgracia no es una película, sino la realidad. A continuación la semblanza que hizo de la dama española su sobrino el duque de Alba.Líneas necesarias para conocer al personaje:
“Sobrevinieron entonces en Francia radicales cambios políticos. Napoleón Bonaparte, hijo de Luis y sobrino del Grande, después de una larga cautividad y de tres intentos fracasados para adueñarse del poder, fue elegido Príncipe Presidente, y, en 2 de diciembre de 1851, dio el golpe de Estado, que le permitió proclamarse Emperador, con el lema: «El Imperio es la paz».
En la sociedad de París de aquellos días alternó, como era lógico, con la Condesa del Montijo y sus hijas, y quedó fascinado ante la extraordinaria belleza y sutil inteligencia de Eugenia. Siendo una niña, había ya visto a Napoleón cuando le llevaban preso a la Conserjería. El era muy accesible a los encantos femeninos, y no dejó de impresionarle el aire autoritario de Eugenia de Guzmán, que llevaba entonces el título de Condesa de Teba.
Circula persistente una anécdota que no creo exacta, pero que entraña una realidad. Se celebraba una revista en la plaza del Carroussel; la Condesa del Montijo y su hija habían sido invitadas a presenciarla desde una ventana del Palacio de las Tullerías. Terminada la revista, el Emperador, montado aún a caballo, se colocó debajo de la ventana y preguntó a Eugenia: “¿Cómo se puede llegar hasta ahí?” La leyenda supone que ella contestó: “Pasando por la capilla”.
En todo caso es positivo que el Emperador comprendió muy pronto que no podría satisfacer su pasión sino mediante el matrimonio. Tenía el Emperador cuarenta y siete años, y como era lógico deseaba fundar una dinastía.
El matrimonio fue una maravillosa ceremonia y la Emperatriz se hizo popularísima en Francia, negándose a recibir los 600.000 francos ofrecidos por la Villa de París para que se comprase una alhaja, por preferir que ese dinero se entregase a los pobres.
Esa felicidad íntima hubiera perdurado a no ser por las constantes infidelidades del Emperador, pues Eugenia estaba sinceramente enamorada de su marido y admiraba sus grandes cualidades. Pero por muy tormentosas que fueran las relaciones de los cónyuges, la lealtad de ella fué absoluta y no falló en ningún momento.
En 1866, declaró Prusia la guerra a Austria. Fue una guerra corta, porque la batalla de Sadowa permitió aniquilar las fuerzas austríacas en muy pocas horas.
La Emperatriz se declaró partidaria de que se ayudase a Austria, que como país católico gozaba de sus simpatías, pero la salud del Emperador era cada vez más corta. Francia se abstuvo de intervenir hasta cuatro años después, en que fue ella misma atacada, y entonces Austria permaneció también neutral. Quizá acertaba la Emperatriz en el juicio sobre la situación.
Mientras se desenvolvían así los asuntos de Europa en contra de Francia, la aventura mejicana ocasionó al segundo Imperio gran pérdida de prestigio, que alcanzó a la Emperatriz Eugenia, patrocinadora de esta empresa.
Todavía acrecentó la dureza de esos golpes la suerte fatal de la Emperatriz Carlota, conocida ya por el nombre de la Emperatriz loca, a causa del fusilamiento del Emperador Maximiliano”.
“Sobrevinieron entonces en Francia radicales cambios políticos. Napoleón Bonaparte, hijo de Luis y sobrino del Grande, después de una larga cautividad y de tres intentos fracasados para adueñarse del poder, fue elegido Príncipe Presidente, y, en 2 de diciembre de 1851, dio el golpe de Estado, que le permitió proclamarse Emperador, con el lema: «El Imperio es la paz».
En la sociedad de París de aquellos días alternó, como era lógico, con la Condesa del Montijo y sus hijas, y quedó fascinado ante la extraordinaria belleza y sutil inteligencia de Eugenia. Siendo una niña, había ya visto a Napoleón cuando le llevaban preso a la Conserjería. El era muy accesible a los encantos femeninos, y no dejó de impresionarle el aire autoritario de Eugenia de Guzmán, que llevaba entonces el título de Condesa de Teba.
Circula persistente una anécdota que no creo exacta, pero que entraña una realidad. Se celebraba una revista en la plaza del Carroussel; la Condesa del Montijo y su hija habían sido invitadas a presenciarla desde una ventana del Palacio de las Tullerías. Terminada la revista, el Emperador, montado aún a caballo, se colocó debajo de la ventana y preguntó a Eugenia: “¿Cómo se puede llegar hasta ahí?” La leyenda supone que ella contestó: “Pasando por la capilla”.
En todo caso es positivo que el Emperador comprendió muy pronto que no podría satisfacer su pasión sino mediante el matrimonio. Tenía el Emperador cuarenta y siete años, y como era lógico deseaba fundar una dinastía.
El matrimonio fue una maravillosa ceremonia y la Emperatriz se hizo popularísima en Francia, negándose a recibir los 600.000 francos ofrecidos por la Villa de París para que se comprase una alhaja, por preferir que ese dinero se entregase a los pobres.
Esa felicidad íntima hubiera perdurado a no ser por las constantes infidelidades del Emperador, pues Eugenia estaba sinceramente enamorada de su marido y admiraba sus grandes cualidades. Pero por muy tormentosas que fueran las relaciones de los cónyuges, la lealtad de ella fué absoluta y no falló en ningún momento.
En 1866, declaró Prusia la guerra a Austria. Fue una guerra corta, porque la batalla de Sadowa permitió aniquilar las fuerzas austríacas en muy pocas horas.
La Emperatriz se declaró partidaria de que se ayudase a Austria, que como país católico gozaba de sus simpatías, pero la salud del Emperador era cada vez más corta. Francia se abstuvo de intervenir hasta cuatro años después, en que fue ella misma atacada, y entonces Austria permaneció también neutral. Quizá acertaba la Emperatriz en el juicio sobre la situación.
Mientras se desenvolvían así los asuntos de Europa en contra de Francia, la aventura mejicana ocasionó al segundo Imperio gran pérdida de prestigio, que alcanzó a la Emperatriz Eugenia, patrocinadora de esta empresa.
Todavía acrecentó la dureza de esos golpes la suerte fatal de la Emperatriz Carlota, conocida ya por el nombre de la Emperatriz loca, a causa del fusilamiento del Emperador Maximiliano”.
 
 
 
 
 
