
9 de noviembre de 2025
Ante el brutal asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, la presidenta Claudia Sheinbaum siguió el manual de manejo de crisis heredado de su predecesor: negar, minimizar y eludir. Sheinbaum negó la naturaleza de la crisis al recurrir al deshonesto y desgastado recurso de “esto es culpa de Calderón y de la guerra contra el narco”.
La minimizó con su jerga burocrática de “se está investigando”, “cero impunidad” y “atención a las causas”, “abrazos, no balazos”. Y eludió su responsabilidad, al trasladar el foco del hecho a la supuesta maldad de quienes le exigen resultados a ella y al gobierno.
Como con AMLO, “el movimiento” es siempre la única víctima que importa. Como con AMLO, los criminales no son los “buitres” dignos del desprecio presidencial, pero sí la prensa, los críticos y los opositores. Como con AMLO, más vale dejar que el gobierno pierda toneladas de humanidad antes que perder un gramo de popularidad.
La presidenta, siempre discípula ejemplar, emula al maestro. Niega, minimiza y elude como aquel. Pero lo hace con un toque adicional de frialdad que deshumaniza. No hay cercanía en la voz, ni palabras sinceras de consuelo para la viuda y los huérfanos. No hay pausa para reconocer alguna virtud del caído, ni siquiera porque en algún momento Manzo fue compañero de su “movimiento” –mejor el secretario de la Defensa tuvo el gesto de llamarle “valiente”–.
Tampoco hay muestra de que se reconozca el grave quiebre institucional que implica que el Estado dejó morir a un alcalde más; a uno de una ciudad de la que no se habla mucho en México, pero que es equivalente en tamaño y población a Anaheim o Cleveland.
La tragedia de Carlos Manzo va a volver a pasar, en otro lado y con otros nombres. México es un polvorín de violencias que estallan en el momento y el lugar menos pensado. Hoy fue Uruapan. Mañana será Culiacán. Pasado mañana Cancún, o Guadalajara, o Hermosillo, o Acapulco, o la misma Ciudad de México, quién sabe.
De lo que sí hay certeza es de lo que hará la presidenta: negar, minimizar y eludir. Lo que falta por ver es lo que haremos y diremos nosotros, los que todavía somos ciudadanos.
Ni Ayotzinapa ni Tlatlaya ni la Casa Blanca, ni los chocolates del bienestar ni los motines en las cárceles ni los desaparecidos ni los levantones ni las extorciones ni la corrupción del sistema político ni los asesinatos de periodistas ni los feminicidios ni el tráfico de influencias ni el autoritarismo ni la impunidad ni las fosas clandestinas ni el territorio nacional ensangrentado han sido suficientes para que la sociedad reaccione más allá de una manifestación o un grito de protesta.
Cuando a 30 millones de ciudadanos, de 80 millones que pueden votar, no les interesa hacerlo, no hay lugar para un futuro diferente.
La indiferencia prevalece y las elecciones siguen beneficiando a un partido amorfo que se vincula en gran medida con los viejos políticos y estratagemas del siglo pasado.
¿Tenemos el gobierno que merecemos?
De lo que sí hay certeza es de lo que hará la presidenta: negar, minimizar y eludir. Lo que falta por ver es lo que haremos y diremos nosotros, los que todavía somos ciudadanos.
Ni Ayotzinapa ni Tlatlaya ni la Casa Blanca, ni los chocolates del bienestar ni los motines en las cárceles ni los desaparecidos ni los levantones ni las extorciones ni la corrupción del sistema político ni los asesinatos de periodistas ni los feminicidios ni el tráfico de influencias ni el autoritarismo ni la impunidad ni las fosas clandestinas ni el territorio nacional ensangrentado han sido suficientes para que la sociedad reaccione más allá de una manifestación o un grito de protesta.
Cuando a 30 millones de ciudadanos, de 80 millones que pueden votar, no les interesa hacerlo, no hay lugar para un futuro diferente.
La indiferencia prevalece y las elecciones siguen beneficiando a un partido amorfo que se vincula en gran medida con los viejos políticos y estratagemas del siglo pasado.
¿Tenemos el gobierno que merecemos?