LA MUERTE DE NERUDA, EL PRIMER DESACATO

Por Roberto Longoni.

Para Pablo Piceno, que gusta de leer a Neruda.

El 11 de septiembre de 1973 Pablo Neruda se encontraba en su casa de Isla Negra. Mientras las fuerzas armadas de Chile bombardeaban La Moneda y ponían fin al sueño chileno, comandado por el Presidente Salvador Allende, el premio nobel de literatura chileno se encontraba en cama convaleciente de un cáncer de próstata que lo aquejaba ya desde hacía algún tiempo. Sin radio o periódicos para poder comunicarse o enterarse a bien de lo que estaba sucediendo, solo le llegaban algunas informaciones por amigos cercanos y sobre todo por su tercera y última esposa, Matilde Urrutia, quien lo acompañara en esos últimos días de dolor y tristeza. A pesar de la enfermedad, Neruda logró tener un último día lúcido antes de caer en el delirio total de la muerte. Cuenta Matilde que el 14 de septiembre fue uno de aquellos días. Pablo se sentía con fuerzas a pesar del dolor y decidió dictarle unas últimas palabras. En estas últimas palabras esta la impresión y los sentimientos profundos de un hombre, de un poeta a la altura de su tiempo, comprometido con su país. Como más de una vez dijera, “El poeta debe ser, parcialmente, el cronista de su tiempo.” Y en ese momento, esas últimas horas, esos últimos pensamientos fueron para su patria y los sucesos que le arrancaban la vida. 

“Mi pueblo ha sido el más traicionado de este tiempo. [...] Aquí en Chile se estaba construyendo, entre inmensas dificultades, una sociedad verdaderamente justa, elevada sobre la base de nuestra soberanía, de nuestro orgullo nacional, del heroísmo de los mejores habitantes de Chile. De nuestro lado, del lado de la revolución chilena, estaban la Constitución y la ley, la democracia y la esperanza.”

En estas últimas palabras, donde también pone siempre de relieve la magnitud y grandeza del que él llamará “mi compañero presidente Allende”, hay un dejó de nostalgia por lo que pudo ser, y que él sabía, se estaba derrumbando. Chile entero entraría desde entonces en una de sus más oscuras etapas. Neruda no viviría para entonces. Días después sería trasladado a una clínica a Santiago, donde su estado de salud empeoraría. Matilde aseguró que más que el cáncer, él murió de tristeza, de ansiedad, de impotencia. A pesar de las advertencias y las amenazas, Matilde decidió que su velorio fuera en su casa de Santiago, casa que había sido allanada por los militares, donde habían roto vidrios, quemado mesas y libros. En medio de un fuerte operativo de las fuerzas armadas, cientos de personas se dieron cita en su funeral, convirtiéndose este en el primer acto público de repudio contra la dictadura militar chilena. Se cantaron canciones, se soportó el frío, se lloró, se bebió, se desobedeció. El último acto de Neruda fue la muerte rebelde, negarse a vivir en un Chile que tardaría años en recuperar su propia vida, su democracia y su esperanza. El día despuntaba por los Andes, Pablito estaba por ser enterrado, Chile despertaba acribillado, Matilde leía un último poema de su esposo: “Ven, no sufras, ven conmigo, porque aunque no lo sepas, eso yo sí lo sé: yo sé hacia dónde vamos, y es ésta la palabra: no sufras porque ganaremos, ganaremos nosotros, los más sencillos ganaremos, aunque tú no lo creas, ganaremos.”