EL MUNDO COLOR DE ROSA DEL PRI.


El cumple del PRI, y sus 88 años de vida.

Por Álvaro López.

El PRI cumplió 88 años y los priístas lo festejaron con bombo y platillo. Es que no cualquier partido político puede darse el lujo de cumplir 88 años de vida.

A juzgar por lo visto en lo que Peña Nieto y demás redes sociales del PRI publicaron, fue como una fiesta en familia, porque vaya, el PRI, más que ningún otro partido en México, ha creado un sólido sentimiento de pertenencia entre los que lo conforman. Para los priístas, serlo es un privilegio, son parte de algo.

Ahí, en las celebraciones, hay júbilo, hay un sentimiento de triunfo y confianza que a veces cae en la arrogancia. Se recuerdan como el partido que básicamente construyó a México, a sus instituciones, que insertó al país en la globalización. Se consideran un partido de avanzada, el más progresista. Peña Nieto, con un porcentaje de aprobación que oscila entre el 6% y el 12%, se atreve a lanzarse en contra de la oposición y despreciarla casi como inferiores, recuerda que el PAN está rancio y que AMLO representa un retroceso.

Mientras Javier Duarte sigue desaparecido, mientras Humberto Moreira está protegido, mientras la BBC escribe un reportaje de una cantidad millonaria que “extravió el gobierno mexicano”, mientras que 9 de cada 10 mexicanos no sienten simpatía por su presidente, mientras “los grandes” recuerdan las devaluaciones producto de los gobiernos de Salinas y López Portillo, mientras pasa todo eso, en el PRI hablan de la gran contribución que ha hecho su partido a México.

El ambiente que se vive dentro de los festejos del PRI es uno muy diferente al que se vive allá afuera. La familia del PRI es una cosa, México es otra diametralmente opuesta.

Pero ¿tienen razón en sus argumentos? ¿El PRI sí es un partido del cual estar tan orgulloso?

Entre esa etapa de la historia de nuestro país que inició con Lázaro Cárdenas y terminó con López Mateos, podríamos hablar de mantadarios que de alguna u otra forma llegaron a hacer bien su trabajo y quienes construyeron esas instituciones de las que tanto se congratulan (como el IMSS o el ISSSTE), aquellos que formaron parte de ese milagro mexicano. Naturalmente se trataba de regímenes patrimonalistas y corporativistas, una condición que muchos países transitan como punto intermedio de la dictadura o la monarquía a la democracia, pero que como etapas intermedias o de transición funcionaban. Ese milagro económico, con su consecuente desarrollo social, debió traer a una clase media que formara la suficiente masa crítica para que impulsaran esos cambios que se necesitaban para democratizar al país.

Cuando ese modelo que tan bien había funcionado se empezó a agotar. esa clase media sí llegó, los jóvenes universitarios se concentraron para exigir cambios, pero ese movimiento terminó en una represión estudiantil. La transición no se dio, los gobiernos del PRI absorbieron y contuvieron a intelectuales y activistas, y así, la evitaron. Las estructuras corporativas del PRI se mantuvieron dentro de un contexto que ya exigía otras formas de organización, y entonces llegó la desgracia. Porque ya ni siquiera servían a un modelo que anteriormente habían funcionado, sino que terminaron funcionando para ellos mismos y a sus propios intereses. Ahí están los líderes charros que se enriquecieron gracias a sindicatos y organizaciones corporativistas como la CTM, la CROC, y la CNOP.

El PRI de ahora, el que se jacta de ser el nuevo PRI, es ese que ya no funciona, el de los desastres de Echeverría y López Portillo, el de las devaluaciones, el de Peña Nieto, uno de los peores presidentes de la historia moderna, ese PRI heredero de la transición que nunca se dio en los años 60 y los años 70. Los que se congratulan de las aportaciones de su partido, como Enrique Ochoa Reza, no son ya ni siquiera parte del PRI de hace medio siglo que llegó, con sus muchos defectos, a construir cierto orden institucional que permitió a México un desarrollo continuo durante poco más de dos décadas.

Se congratulan de la firma del TLC bajo el gobierno de Salinas, el cual en mayor o menor medida -porque la implementación no fue la más óptima- se puede considerar un acierto. Pero ignoran el daño que el mismo mandatario y sus cercanos hicieron al país. Perfilan a Peña Nieto como “el gran reformador”, atribución que hacen solamente los priístas, pero olvidan que esas mismas reformas fueron bloqueadas por el propio PRI cuando el PAN las propuso, y que varias de éstas no sólo no están implementadas de la mejor forma, sino que en algunos casos no están exentas de corrupción.

En sus 80 años, el PRI nos invita a ver un México alternativo, uno que para muchos de nosotros no existe y no empata con la realidad.

El júbilo que se vive en el CEN del PRI por sus 88 años contrasta mucho con lo que vive una persona que va a trabajar 6 días a la semana para llevar comida a su casa. Contrasta mucho con lo que ve el joven preocupado por su futuro. Contrasta mucho con quienes se enteran en los medios diariamente de nuevos casos de corrupción o impunidad. Contrasta mucho con aquel hombre que está agobiado porque como no tiene palancas -o no quiere tenerlas-, la burocracia para él es muy lenta y no puede resolver sus problemas.

Pero tampoco empata con la realidad propia del PRI, porque a pesar del ambiente excesivamente positivo, están en riesgo de perder el Estado de México, estado gracias al cual mantienen una sólida base de votantes duros y acceso a un gran presupuesto útil para las elecciones. Porque a pesar de que presumen sus bases y estructuras, el voto duro está diluyéndose poco a poco debido al cambio generacional, y -no sobra decirlo- a los pésimos gobiernos que no han logrado mantener contentas a todas sus bases.

El PRI cumplió 88 años. Todos ellos están muy felices. Yo no estaría feliz, ni aunque fuera priísta. La realidad, incluso para ellos mismos, no es muy prometedora.