SAN PANCHO DE PACHUCA.


LA INOCENTE POLVORITA.

Por Anselmo Estrada Alburquerque.

La ciudad de Pachuca debe y necesita; los pachuqueños debemos y necesitamos rememorar nuestras   tradiciones folclóricas= “conjunto de las creencias y costumbres populares”; vernáculas= “propias de nuestra casa”; auténticas, que nacieron hace más de 250 años con la feria de San Francisco, la popular feria de San Pancho.

Nunca más feria de un día.

La feria de San Pancho es la única festividad anual de gran arraigo popular de la capital del estado.

Nunca más feria de un día.

SENTENCIAS PARA MEDITAR

Sería de gran trascendencia que los esfuerzos de nuestras autoridades se encaminaran a fomentar y apoyar una tradición tricentenaria como esta feria: genuina, sin alteraciones, sin adulteraciones; nuestra, pachuqueña, provinciana, sin pretensiones internacionales; que nos sirva a nosotros, a los hidalguenses, a los pachuqueños para divertirnos, para expresarnos, para festejar a nuestros Panchos y a San Pancho, al de Asís y al de Pachuca.

 Nunca más, feria de un día.


TESTIMONIOS 

Para que las actuales generaciones aquilaten el valor de esa tradición—nunca feria de un día-- transcribo los siguientes testimonios, publicados en distintas épocas:

“En octubre ya se comenzaba a sentir el frío, el sabor tradicional de la feria de San Francisco, la auténtica diversión del pueblo y para el pueblo, de inmemorable algarabía para la gente de todos los barrios. Hasta en los rincones más apartados de la capital se experimentaba contagiosa alegría en grandes y chicos, en ricos y pobres".

“El 4 de octubre era el día de San Francisco y se inauguraba la feria. De todos los poblados aledaños bajaban grupos; familias enteras visitaban la feria de “San Pancho” como cariñosamente se le llamaba. Y había que celebrarlo como Dios manda". 

“Había puestos en toda la calle de Arista. La calle de Morelos, llena con puestos de mil luces de colores. Los juegos mecánicos daban vuelta al parque Hidalgo". 

La diversión

“Había mil cosas en que divertirse: loterías, rifas, tiro al blanco, péguele al negro, pasear, golpear con el marro, aguantar toques eléctricos"…

“Muchos se inclinaban por la lotería. Familias enteras se sentaban en las bancas de las carpas de la lotería, haciéndole caso al gritón: “Pásele hay lugar y tablas”. Y empezaba a correr las figuras con su peculiar estilo al gritar: “¡El que le canta a San Pedro! ¡La muerte tilica y flaca! ¡La cobija de los pobres!” 

“Todos los jugadores, con una mano llena de maíz, marcaban las figuras que iban saliendo, hasta que, por allá, en algún lugar de la carpa, alguien gritaba: “¡Lotería!”. El gritón iba a verificar y le daba su premio: un par de floreros o una alcancía. 

“Había que comprarles a los chamacos la clásica máscara de cartón, de calavera, de diablo o de viejito; su caballo, también de cartón, que era sólo la cabeza muy bien hecha, metida en un palo que el muchacho se calzaba entre las piernas, como si lo montara, y corría simulando con la mano pegarle al cuaco. 

“A las niñas les compraban unas bonitas muñecas de cartón, con brazos y piernas movibles, y el vendedor le ponía el nombre en el pecho. Les compraban los trastes de tepalcate: cazuelas, jarros, metate, molcajete y el trastero de madera, todo en miniatura". 

“La mamá, lo de siempre: sus jarros y cazuelas para todo el año; los jarros con los nombres de sus hijos; las cazuelas vidriadas para el mole y el arroz, o la jarra con sus seis vasos para el agua de limón para las visitas". 

La algarabía

“¡Qué policromía de colores en los puestos donde estaba representada la mejor expresión de los alfareros! Contemplábamos la conjugación de colores en los jarritos, en las charolas laqueadas de Michoacán, en los hermosos macetones decorados con vidrios multicolores hechos en Guadalajara". 

“Seguíamos caminando y deleitándonos con ese ambiente de fiesta. Llegábamos hasta los juegos mecánicos y, después de la consabida “cola”, lográbamos trepar en una de las canastillas de la Rueda de la Fortuna. Al elevarnos, contemplábamos la panorámica de Pachuca. Veíamos, allá lejos, El Reloj, nuestro fiel centinela.  Nos alegrábamos de creer que estábamos más altos que él". 

“Seguíamos con los “caballitos”, las “sillas voladoras”, el “pulpo”.  Recobrábamos fuerzas con un buen plato de chalupas, dos o tres pambazos acompañados por una refrescante garapiñada de “La Floresta”. 

“Hoy, a la distancia, sin tener oportunidad de gozar de sus delicias, nos invade el espíritu con la algarabía de la feria, su luminosidad, y nos sentimos presentes los ausentes. Quizá en una canastilla de esa Rueda de la Fortuna que semejaba la vida: unas veces abajo, a veces arriba, teniendo ante nuestra vista esa hermandad espontánea; esa conjugación de nuestra gente en la fiesta que es del pueblo".

Nunca más feria de un día. 

LOS IMPUESTOS

En 1868, el movimiento comercial que había durante los festejos impulsó a los comerciantes, vecinos y autoridades de Pachuca a elevar una petición ante el gobierno del Estado de México, pues Hidalgo formaba parte de él como Segundo Distrito Militar, para solicitarle la exención de ciertos impuestos para los artículos que aquí se vendían. Tal fue el origen del decreto, emitido por el entonces gobernador José María Martínez de la Concha, que concedía a Pachuca su feria anual. 

En realidad, el objetivo económico de las ferias era incentivar el intercambio comercial. El gobierno se privaba de cobrar ciertos impuestos, lo cual abarataba el costo de las mercancías y el público podía adquirir los artículos más baratos. 

Hoy esto ha pasado a la historia, ni el gobierno perdona impuestos ni los comerciantes dan más barato. Sin embargo, al calor del ambiente de feria siguen vendiendo. 

Nunca más feria de un día.

El origen

Aunque no se tienen noticias precisas sobre el origen de la feria de San Francisco, se cree que hacia el año 1760 se iniciaron las celebraciones del 4 de octubre, en las que los frailes de Pachuca organizaban una misa solemne a la que asistían las autoridades civiles y eclesiásticas y vecinos de todas las clases sociales. Estas fechas también estaban señaladas para ganar indulgencias en los templos franciscanos. 
Nunca feria de un día.

LA LEYENDA

El doctor Alfonso Mejía Schroeder narró un pasaje legendario que situaba en el siglo XVIII en la comarca minera de Pachuca. 

Era la noche del 3 de octubre y una muchedumbre se aproximaba a la Hacienda de San Miguel Regla. Era noche de fiesta. A los peregrinos se unían danzantes con trajes multicolores. En San Miguel Regla, los aguardaba don Pedro Romero de Terreros. Se disponía a pagar limpia promesa, la manda hecha a San Francisco de Asís…La opulenta veta Vizcaína, que por muchos días venturosos volcó tesoros inmensos obre las cajas caudales, llegó con la honda pena de su dueño, a callar su canto fabuloso, perdiéndose su filón. Esa profunda pena lo hizo llegar hasta el convento de San Francisco y su alma se elevó en súplica para pedir el favor de que la veta perdida reapareciera. Y anunció que, consumado el milagro, volvería con todos los suyos a adorar al Omnipotente. Meses después de que lo pedido se cumpliera, familiares y siervos emprenden la caminata desde Regla hasta Pachuca para procurar el pago espiritual que con fervor se ha ofrecido. 

Nunca, feria de un día.

Algunos fragmentos del texto se deben a escritos de don Ramón Santamaría (Libro Relatos de un minero); doctor Víctor Manuel Ballesteros (revista “Tradiciones de Pachuca”); Jaime Rubio Gómez (revista “Feria”. 1967); presbítero Bernardo Arroyo (revista “Feria”, 1987) y Miguel A. Hidalgo, libro Pachuca, su historia, sus tradiciones, 1926). 

TRADICIÓN HÍBRIDA LUCRATIVA

La tricentenaria feria de “San Pancho” ha sido de lucro para los gobiernos estatal y municipal durante interminables décadas. Lo que en los siglos 19 y 20 denominaban alcabalas o impuestos, se trocaron en pagos forzosos por concepto de uso de piso a los comerciantes que se instalan en el atrio de la parroquia y las calles de Hidalgo y circundantes del parque Hidalgo.  Asimismo, a los industriales y vendedores de todo tipo que contratan espacios en las instalaciones feriales del fraccionamiento Juan C. Doria. 

El exagerado costo de cada metro cuadrado da motivo para que los precios de las mercancías y los antojitos cuesten un ojo de la cara, lo cual aleja a las familias pachuqueñas para gozar de su feria tradicional. 

La feria del atrio subsistía, hace décadas, dos semanas; desde hace veinte años, cuatro días. Este año, sólo dos. 

Nunca más feria de un día.

DISTINTOS ESCENARIOS

La tradicional feria de San Pancho ocupaba el entorno de la parroquia: las calles de Hidalgo, Arista, Morelos y las aledañas al parque Hidalgo. Fue sacada de ahí por primera vez, en 1931, cuando el gobernador Bartolomé Vargas Lugo (1929-1933), que construyó el estadio municipal (actualmente ocupado por el Centro Regional de Enseñanza Normal-CREN), lo inauguró el 20 de noviembre e instaló allí la que fue primera exposición industrial, ganadera y agrícola. 

Pocos años después habitó su lugar ancestral, hasta 1954 en que el gobierno de Quintín Rueda Villagrán la renombró exposición industrial, comercial, agrícola, ganadera, indigenista y volvió a ubicarla en el estadio municipal. 

Entre gobierno y gobierno, la celebración anual regresó al parque Hidalgo; cambiada en 1988 a la avenida Revolución y carretera a Ciudad Sahagún. Después se le denominó feria del caballo, con viso internacional.   Tales exposiciones han sido meros escaparates de lo mucho que no se produce en Hidalgo.

Nunca más una feria de un día.

___________________________
Fotografía tomada por la editorial del portal Pachuca Vive.