MEADE: BUEN BURÓCRATA, MAL CANDIDATO Y PÉSIMO PARTIDO.


Por Álvaro López
Director del Proyecto 
El Cerebro Habla. 

Amigos míos que han conocido a José Antonio Meade me lo han descrito como una persona que es más accesible que el político o tecnócrata promedio que en muchos casos es caracterizado por cierto aura de superioridad. “No es tan mamón” me dicen. Y tal vez tengan razón porque, a pesar de su falta de carisma y personalidad, no se le percibe arrogancia alguna. Pareciera más bien un tipo bonachón, flemático y poco predispuesto al conflicto que trata de ser conciliador dentro de un entorno muy agitado como el de la política; una figura introvertida que vive más dentro de sí que afuera de él. Es en sus discusiones internas con su cerebro donde ocurre todo. ahí hace abstracciones numéricas y razonamientos matemáticos o plantea estrategias, ese es su fuerte.

El político que padece vitiligo y que muestra algunos tics nerviosos al hablar parece más técnico que político, la sociabilidad no es lo suyo. Difícilmente fue el líder de su salón o el “chavo encantador”, aunque tal vez era lo suficientemente tranquilo u armonioso como para ser aquel típico niño bulleado por todos sus compañeros. Por eso es que Meade es un buen técnico, un buen burócrata pero mal candidato. Los candidatos suelen tener una personalidad dominante, tienden a la extroversión, o bien, presumen al menos cierta elocuencia (aunque caigan mal). Este perfil se vuelve más necesario aún cuando son las emociones las que invaden al electorado; el elector emocionado es seducido con discursos, promesas y confrontaciones, no con datos y tecnicismos (el fuerte de Meade).

Es innegable que José Antonio Meade es un buen burócrata pero habría que poner en tela de juicio su capacidad para ser político. Tal vez en su paso por el gobierno no lo haya hecho mal pero también es cierto que, ante las decisiones controversiales de los gobiernos a los que representó, el sólo se dedicó a trabajar y a “hacer lo suyo”: su faceta burócrata pudo hacer la diferencia más no su faceta política. Seguramente no se benefició personalmente de escándalos como La Estafa Maestra entre muchas otros donde pudo jugar algún papel, pero lo cierto es que dejó pasar, no parece ser alguien que haya levantado la mano y haya dicho algo y menos haber mostrado una rotunda oposición. Tal vez esto explique que sea el candidato del PRI y explique la paradoja del candidato honesto abanderado por un partido muy corrupto. No se suma a la robadera pero no incomoda a los que roban.

Si Meade fuera, además, un buen político que buscara impregnar su honestidad en su forma de gobierno, habría sido más difícil que Peña Nieto se hubiera decantado por él ya que habría visto algún riesgo, una especie de déjà vu zedillista que lo obligara, en el mejor caso, a huir del país. Posiblemente Meade se conduzca con probidad en Los Pinos, pero también posiblemente sea displicente con lo que hagan sus correligionarios, no sólo a los que sucedió, sino a los que conformen su gobierno en el casi improbable caso de de que gane las elecciones.

En el PRI han decidido que Meade transmita estabilidad y seguridad en un momento donde los vientos de cambio amenazan convertirse en un huracán. En realidad no les queda de otra porque, partiendo del principio de no contradicción de Aristóteles, nada puede ser y no ser y, por lo tanto, no se puede ser sistema y antisistema al mismo tiempo. Así, se encuentra entre la espada y la pared, ya que si dice que las cosas se han hecho bien, entonces la relación de su persona con el gobierno actual vilipendiado queda muy clara. Pero vender la idea de “estamos mal pero podemos esta peor” a un electorado enojado es también una tarea muy difícil ya que si él formó parte de ese gobierno del “estamos mal” entonces podríamos poner en tela de juicio su capacidad como político y tal vez hasta como burócrata. 

Meade transmite honestidad, sí, pero por más auténtica parezca dicha sensación, ésta queda en entredicho al ser postulado por el partido que el mexicano asocia más con la corrupción y cuando se hace acompañar por figuras cuestionables. ¿Puedo creerle que es honesto si se hace acompañar de políticos que, cuando aparecen juntos, los usuarios hacen memes asegurando que ahí se suman centenas de años de cárcel? ¿Se puede creer que es honesto cuando los suyos, en plena campaña, pueden realizar declaraciones o actos de lo mas cínicos e insolentes? ¿O qué decir de un burócrata honesto que habla de las instituciones pero cuyo partido utiliza de forma facciosa a la PGR para atacar los candidatos opositores?

Meade ha hecho énfasis en la corrupción, retó a sus adversarios a presentar su #7de7 y nadie lo peló, no sólo los adversarios, tampoco lo peló la opinión pública, y si esta habló fue para cuestionar por qué sus cercanos (de dudosa reputación) no la presentan. Puede presumir su honestidad, pero no puede presumir la de su círculo próximo. A poco aspira una manzana sana si está en una canasta donde todas las demás están podridas.

En otro contexto, Meade, a pesar de su falta de personalidad, podría haber sido más competitivo. Sobre todo en uno donde no exista esa paradoja que constituye la relación entre político honesto y partido corrupto y en uno donde el electorado sienta que las cosas no van mal y que, por tanto, prefiere apostar por la continuidad que por el riesgo. No creo que sean pocos los que estén convencidos que sea más probo que sus correligionarios o sea un funcionario capaz, pero la gente grita cambio, la gente quiere castigar a su partido. Votar por Meade es, para ellos, votar por quienes los hicieron encabronar en todo el sexenio, y dicho esto, otorga una cierta sensación de justicia: hay que sacarlos a patadas del poder. Por eso Ricardo Anaya ha adoptado el lema “El PRI ya se va”. 

Por eso es que Meade esté acorralado y su campaña tal vez condenada al fracaso.