LA CONSULTA: LA FARSA QUE NOS RIOBÓO LA VOZ A LOS CIUDADANOS.


Por Álvaro López. 
Director del Cerebro Habla.

López Obrador nos presenta a la democracia participativa, la vende como si fuera una suerte de evolución de la democracia mexicana y como si la democracia representativa (donde se vota por representantes que toman decisiones nuestro nombre) se tratara de un modelo más obsoleto de democracia; como si el hecho de “consultar” implicara transitar a una forma más justa y sofisticada.

Nos dice que las consultas van a ser el pan de cada día: todo se va a consultar, el aeropuerto, los derechos de las minorías, todo; el pueblo es el que decide y el que manda. No es la primera vez que AMLO pretende romper con las formas de la política actual, ya lo había hecho con esas tómbolas inspiradas en la democracia de la Grecia Antigua. 

En su puesta en escena, el Presidente Electo nos pinta un escenario idílico donde la gente parece tener más injerencia en lo público que antes, que puede acceder al servicio público o incluso a la educación no por mérito sino por sorteo. Pero todo esto es una ilusión, y el propio López Obrador lo sabe. 

Es una ilusión porque las consultas, propias de la democracia participativa, deben de estar diseñadas y ejecutadas de tal forma que estas se lleven a cabo dentro de una condición de equidad que en este caso no existe y por muchas razones. Primero, porque no estuvo diseñada para que cualquier persona que estuviera interesada en el tema participara, sino para incentivar la participación de aquellos que iban a votar de una forma que convenía a los intereses del gobierno entrante. Segundo, porque los dos proyectos no fueron votados en una condición de equidad: hablamos de una obra como la de Texcoco que ya es conocida por todos, que ya tiene estudios, de la cual ya se conocen muchas de sus ventajas y desventajas contra la propuesta de Santa Lucía que no tiene proyecto ejecutivo siquiera y que no es más que una idea. Tercero: porque la boleta, sobre todo en el anverso, mostró un sesgo en favor de Santa Lucía, donde varias de sus desventajas eran “posibles” en tanto que las de Texcoco eran más bien categóricas. Cuarto: porque no habían filtros para garantizar la limpieza de la consulta; porque muchas personas pudieron votar más de una vez, porque lo podían hacer con la credencial vencida, porque la tinta no era indeleble, porque en algunos casos los organizadores los inducían a votar por la opción de Santa Lucía. Quinto: porque los resultados de la consulta difieren rotundamente de las encuestas que se realizaron y que arrojaban en su gran mayoría que la gente prefería Texcoco. La discrepancia fue de más de 30 puntos. 

No se le puede llamar democracia participativa a un ejercicio donde deliberadamente el gobierno induce a votar de una u otra forma. Para que una democracia participativa funcione, el gobierno debe tomar una postura neutral en el ejercicio y el árbitro debe de ser autónomo. Ninguna de esas dos cosas ocurrieron.

La democracia participativa, bien realizada, puede funcionar en algunos casos específicos, sobre todo en aquellos que los ciudadanos conozcan el asunto que van a votar o sea posible informarles de buena forma sobre aquello que se va a votar para que tengan los elementos suficientes como para tomar una decisión bien pensada, pero no se trata siquiera de una evolución sino más bien de un complemento a la democracia representativa. Aún así, pueden ocurrir casos en los que, a pesar del buen diseño del instrumento, la consulta termine siendo inconveniente, ya sea porque los individuos no tienen la información suficiente para votar (debido a la complejidad de aquello que se somete a votación), porque el votante prioriza sus afinidades políticas sobre la información que debería valorar a la hora de votar o porque la forma en que se socializó aquello que se va a votar fue deficiente. El Brexit es un ejemplo de lo que puede ocurrir cuando se somete algo a consulta cuando lo que está en juego tiene implicaciones muy complejas. 

Pero a pesar de todos estos inconvenientes, AMLO ya nos prometió que va a someter a consulta cualquier cosa y que éstas van a ser una constante en su gobierno. Por eso más que nada preocupa la pésima ejecución de la consulta actual. Porque el mensaje que ha enviado es que pretende hacerlas con la intención de diluir su responsabilidad sobre las decisiones que tome: el pueblo así lo quiso y por tanto es responsable, no me miren a mí. 

Si algo puedo decir a favor de la consulta, es que logró socializar y poner dentro de la discusión pública el tema del aeropuerto. Esta logró que se crearan mesas de debate, que la gente investigara, indagara, buscara información de especialistas, de ingenieros, arquitectos, ambientalistas. Vaya, la gente sabe mucho más del aeropuerto y sus implicaciones que lo que hubiera sabido si la consulta no se hubiera llevado a cabo. Tal vez es por esto que hay cuestiones que sí se podrían someter a consulta, pero no todo se puede someter a consulta y mucho menos el gobierno puede estar diluyendo responsabilidades. 

Es un engaño pretender que fue el pueblo quien eligió cuando diseñas las consulta de tal forma que los resultados coincidan con tu decisión. La gente que fue a votar no tuvo la culpa del resultado, no podemos cuestionar al pueblo cuando va a votar en una situación de inequidad. El único responsable de lo sucedido (tanto por la decisión del aeropuerto como por la farsa que ha resultado esta consulta) es el gobierno de AMLO.

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El Cerebro Habla.