EL DOLOR DEL MUNDO.


Por Roberto Longoni.

Perdón que insista, pero hay algo que no deja de apretarme en el pecho cada que leo discusiones en Facebook o Twitter de gente que pretende tener o establecer una línea correcta, y desde la cual juzga a otros, pero de manera descontextualizada, banal, frívola. 

Esto de ninguna manera pretende sostener la idea de que entonces cualquier opinión es válida o debe ser tolerada. Efectivamente adhiero al actual casi sentido común de que debemos escuchar las opiniones de todas y todos, y entender que tenemos perspectivas distintas sobre muchos temas, y que estas pueden ser tan válidas como las propias. 

Al respecto creo que si algo nos ha enseñado el zapatismo es justamente eso, que la realización de un mundo nuevo implica la aceptación de las diferencias, para crear un mundo donde quepan muchos mundos, donde la política sea más un diálogo basado en la escucha, que un monólogo impositivo. 

Sin embargo, reniego de la idea de que esto se vuelva un relativismo total, del tipo que reivindican varios de mis alumnos cuando les planteó dilemas éticos en clase, al decir que al final da igual la resolución que tenga un problema moral, igual cada quien cree lo que quiere y no tenemos derecho a replicarle nada. 

Aparte de la clara confusión entre respeto de las diferencias e indiferencia llevada al absurdo, esta actitud es reflejo de dinámicas sociales en las cuales, bajo el pretexto del respeto y la tolerancia, se propician posturas atroces, que no solamente relativizan todo, sino que tildan a todo de exagerado o dogmático, ya que no se adecúa a la tranquilidad de sus conciencias. 

Lo atroz de las posturas no es que difieran o critiquen, es justamente que suenan a pura repetición de un discurso que, aparte de sustentarse en el privilegio, y en la comodidad de las redes sociales, desconoce la gravedad de la catástrofe por la que atraviesa el mundo, y que se expresa en asesinatos, feminicidios, abusos de poder, fosas clandestinas, migrantes desaparecidos, niños ahogados en el mediterráneo, etc. 

Todos estos son ejemplos atroces del horror en que vivimos. Todas imágenes de dolor y sufrimiento que no solamente buscan convertirse en puro sentimentalismo, sino en la conciencia de que relativizarlo todo, o llevarlo al campo de la siempre confusa tolerancia indiferente que tanto existe en las redes hoy en día, es desconocer las consecuencias inhumanas de tanto horror. 

El dolor del mundo no es un juego. Si no damos cuenta de él en lo que hacemos, decimos, discutimos, y lo reducimos todo al absurdo de la mera opinión escudada en un falso respeto, estamos traicionando a la humanidad entera, y a todas aquellas que han sido sacrificadas en nombre de ella.