¿QUIÉN DEBE PEDIR DISCULPAS POR ATROCIDADES DE LA CONQUISTA DE MÉXICO?


Por Ale Oseguera.

Quiero expresar una anécdota de la que me he acordado ahora, ante la demanda de disculpas del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) a la Corona española por la Conquista.

Trabajé en la radio unos cuatro años de mi vida, enfocada casi el total de ese tiempo en cubrir asuntos relacionados con la inmigración en España en general y en Catalunya en particular. En uno de los programas que producía y presentaba, en una emisora ya extinta, solíamos entrevistar a líderes de asociaciones, federaciones y colectivos de inmigrantes, especialmente de latinoamericanos. 

En una ocasión, nos tocó tener de invitado a un señor que militaba en una de estas asociaciones, de ecuatorianos específicamente. El señor se presentó a la entrevista acompañado de toda su familia, madre, esposa e hijos incluidos. Quien ha trabajado en radio sabrá que, además de la cabina desde donde se emiten los programas en directo, hay despachos, estudios de grabación y postproducción y personas trabajando en asuntos tan diversos como la edición de audio o la contabilidad. Unos niños de menos de diez años corriendo, gritando y jugando no son lo más deseado en un sitio así. Mi jefe (que todo sea dicho, no era muy docto en buenos modales) salió a pedirle a la familia que guardara silencio y que, básicamente, controlaran a sus criaturas. El resultado fue la furia del señor ecuatoriano, que terminó gritándole a mi jefe que encima de haber saqueado y exterminado a su pueblo, ahora venía a insultar a su familia. Vi la rabia subirse a la cabeza de mi jefe. Tuve que intervenir. Le dije al señor que yo, que también venía de un país “saqueado y exterminado” (ojo a las comillas) por españoles, también le pedía que controlara a su familia. 

No es la primera vez que me topo con situaciones similares, aquí en Barcelona y en México, olorosas a rencor por ese pedazo de la Historia que es real, existe y vive con dolor en lo más profundo de la identidad de los hispanoamericanos; aunque mucho se hable estos días de que son cosas del pasado y de que ya no hay resentimientos. En todos los casos, los resentidos han tenido por apellidos símiles.


México, ¿hijo de España?

México, como pueblo y como nación, no existiría de no haber sido porque hace quinientos años Hernán Cortés desembarcó en el territorio que hoy se llama así: México. Y si nos vamos un poquito más atrás, podemos también echarle la culpa a Cristóbal Colón. Una prueba de ello, por ejemplo, es el sincretismo religioso (danzas tradicionales precolombinas en las también tradicionales celebraciones del día de la Virgen. Incluso, la mera existencia de la Virgen de Guadalupe es ya una prueba); pero lo podemos ver igualmente en temas de intenso orgullo nacional como la charrería, la arquitectura o la alimentación. 

El sincretismo es un proceso que se da como consecuencia de intercambios culturales, de la cohabitación o de la intervención. Este último es el caso de México. La llegada de los españoles y su posterior conquista de los pueblos que habitaban esa parte del mundo dio pie, todo por la fuerza bruta, a la eliminación de infraestructuras (especialmente la de los sitios de culto religioso); la reestructuración de las formas de organización social y política y de los medios de producción; la implantación por la fuerza de un nuevo sistema de creencias, prácticas y mitos religiosos; y la generación de una nueva “raza”. De ahí que al 12 de octubre en muchos lugares del continente americano se le conozca como el Día de la Raza. A pesar de la renuncia de muchos a aceptar el tema racial en este caso, es cierto que el mexicano de hoy, que se apellida López, Gómez o Echevarría, es moreno y tiene los ojos verdes, o es blanca y se llama Xóchitl, no existiría de no haber sido por la fusión genética que se dio durante aquellos años. 

La inquina que flota todavía en el imaginario del mexicano que mira con ojos de odio a la “Madre Patria” es la propia de un hijo producto de una violación. España, país al que mejor sería llamar “Padre Patria”, violó a una mujer originaria (simbólicamente la diosa Coatlicue) y su hijo sería entonces el primer mexicano. No lo digo yo. Octavio Paz, en ese maravilloso ensayo sobre la identidad del mexicano titulado “El laberinto de la soledad”, ya se refiere a ello a partir de su análisis del mexicanísimo verbo “chingar”. Los mexicanos entonces seríamos los hijos de la chingada, de la mujer violada. ¿Por quién? Por Hernán Cortés. Por los españoles.


¿Quién debe pedir las disculpas?

La estrategia de AMLO de congraciarse con los descendientes de aquellos pueblos originarios pasa por exigir a la Corona española actual que se disculpe por las atrocidades encabezadas por Cortés. También pasa por demandar al líder de la Iglesia Católica, el Papa Francisco, que pida perdón por lo que se hizo en nombre de Jesucristo. Afirma que el propósito es que 2021 sea el “año de la reconciliación histórica”. Entonces se cumplirán 200 años de la consumación de la Independencia y 500 de la caída de la gran Tenochtitlán, capital del Imperio Azteca. 

Hay muchísimo por lo que pedir disculpas. Tampoco lo digo yo. Basta con leer este fragmento de “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” (1552), texto de Fray Bartolomé de las Casas, artífice de la evangelización de los indígenas y denunciante histórico de los métodos de los conquistadores.

“Los cristianos, con sus caballos y espadas y lanzas comienzan a hacer matanzas y crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos ni dejaban niños, ni viejos ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban y hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres por las piernas y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros daban con ellas en ríos por las espaldas riendo y burlando, y cayendo en el agua decían: ¿Bullís, cuerpo de tal? […] Estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí que por un cristiano que los indios matasen habían los cristianos de matar cien indios”.
El texto continúa así, describiendo con detalle las masacres.

Consumada la Conquista, la Corona española, durante la época del Virreinato (1521-1810), cuando México se llamaba La Nueva España, cometió injusticias contra todos los que vivían del otro lado del océano. A los hijos de españoles nacidos allá, por ejemplo, no se les permitía acceder a las fuentes de riqueza o a los puestos de mayor poder político. De allí que, años más tarde (1810), la guerra de independencia la lideraran esos descendientes de españoles que, hartos de responder a un rey al que no habían visto en su vida, buscaran tomar las decisiones sobre su economía y su destino. Esos hombres y mujeres ya no eran españoles, eran mexicanos. 

Los mayores actos de crueldad durante la Conquista y el Virreinato (sí, al nivel del genocidio), las sufrieron los pueblos originarios, a quienes también los nuevos mexicanos, dueños ahora del poder, seguían y siguen hasta nuestros días discriminando, mancillando y ocultando al grado de la aniquilación. Sólo por poner un par de ejemplos: Recordemos que las lenguas indígenas en México son minoritarias, no oficiales y prácticamente inexistentes en los programas de educación gubernamentales. Qué decir del expolio de sus tierras, vendidas a multinacionales que explotan sin miramientos sus recursos naturales.

Desde que inició su carrera, hoy consumada, hacia la presidencia de México, AMLO ha buscado darle voz a las partes de la sociedad más marginadas: los pobres y los indígenas. La carta enviada al rey de España es una maniobra política populista copiada de un líder a quien se le ha comparado en exceso (sobre todo para inspirar un miedo sin fundamentos fuertes, tal y como se hace en España cada vez que la derecha tiembla): Hugo Chávez. 

En 2008, el líder venezolano hizo un llamamiento público para que se le dejara de rendir pleitesía a los invasores “quienes perpetraron el más grande genocidio en 1492”. Las heridas no sólo no han sanado, sino que también son un arma de guerra diplomática y eslóganes para ganar la simpatía de los votantes.

Me aventuro pues a afirmar que AMLO busca “empoderar” a esas personas oprimidas y excluidas que también son mexicanas. Y, personalmente, no me parece incorrecto. Pero quizá la mejor estrategia hubiese sido que él encabezara la petición de disculpas a las víctimas de los abusos históricos. Que el reconocimiento de las culpas hubiera venido primero desde mexicanos como él, que son descendientes de españoles (¿quién más que AMLO, que su abuelo es de Cantabria?). ¿Por qué no pedir primero él perdón por los siglos de discriminación y racismo con que, desde 1821 (desde que México es México), se ha tratado a mayas, tzotziles, huicholes, zapotecos, tarahumaras, yaquis, purépechas, mixtecos, etc.? Si ya lo hizo el gobierno de Australia con sus aborígenes, y Justin Trudeau, presidente de Canadá, con los indígenas de su país, ¿por qué AMLO no pide sus propias disculpas? ¿Por qué mejor no ponerse a trabajar para, con actos, leyes y presupuesto, defender sus derechos y lograr que convivan en paz y sin racismo los blancos y morenos que son todos mexicanos? ¿Por qué buscar un agente externo para echarle la culpa de lo que nosotros mismos no hemos sabido hacer?


¿Es posible la reconciliación?

En 1836, el novísimo gobierno de México y la Reina Isabel II de España firmaron el “Tratado Definitivo de Paz y Amistad entre la República Mexicana y S.M.C. la Reina Gobernadora de España”. Con él se comprometían a olvidar para siempre sus diferencias. Es de suponer que llegarían a un acuerdo. México acababa de independizarse y los lazos (afectivos y familiares) entre unos y otros eran muchísimo más estrechos que los de ahora. Nótese que en este texto también unos y otros excluyen a los pueblos indígenas, que pasaron a llamarse mexicanos por una cuestión geográfica, pero que muchos de ellos continuaban (y continúan) teniendo su propia lengua, costumbres y cultura. 

El gobierno actual de España (que no la Corona) se pronunció ya en contra del argumento de la carta de AMLO. Afirma que “lamenta profundamente” su publicación y que la “rechaza con firmeza”. Aún así, reitera su compromiso y colaboración con México y se propone intensificar los lazos de “amistad y cooperación”. 

También es de suponer que no habrá tal disculpa por parte del Rey Felipe VI. La única vez que hemos visto a un Borbón pedir perdón por algo fue por cazar elefantes y además, esto de revisar la Historia no es algo que a España, particularmente, se le dé muy bien. 

Y es una pena. 

La disposición a revisar los procesos históricos que hacen a la España de hoy lo que es y al México actual lo que es, contribuiría a cerrar las heridas aún abiertas. Que las hay. Daría voz a otras versiones y no sólo a las que más se han ensalzado desde España: los testimonios del conquistador Bernal Díaz del Castillo y las cartas que Cortés envió a Carlos V. Le callaría la boca a los oportunistas como Pablo Casado, que se vanaglorian de la llamada Conquista y que, tras una lectura superficial de la Historia, afirman (con un orgullo bastante adecuado para los tiempos de crisis nacionalista que vive España) que “nunca antes se había conseguido trasladar la cultura, la historia o la religión a tantos sitios a la vez” y que “la hispanidad es, probablemente, la etapa más brillante no de España, sino del hombre, junto al imperio romano”. O como Adolfo Suárez Illana, hijo del homónimo ex presidente español, que ha expresado que tendrían que “ser los mexicanos los que nos den las gracias por muchas de las cosas que hicimos ahí”. Y ayudaría a España a superar los complejos que aún le quedan por haber sido una “potencia imperialista”, un “pasado glorioso” que no logra superar. Así abrazaría con más orgullo lo que le une a la América hispana, a quien a veces todavía mira por encima del hombro. 

Igualmente y sobre todo, reabrir y revisitar la historia del nacimiento de México como nación autónoma e independiente ayudaría a llegar a esa reconciliación tan necesaria en el país: la que debería darse entre unos y otros mexicanos, entre los blancos y los morenos, los descendientes de españoles y los indígenas; para finalmente, elevar el autoestima de los mexicanos (y tal vez de Hispanoamérica en general), que aún se debaten entre el orgullo por sus raíces prehispánicas y la vergüenza de ser unos hijos de la chingada (Octavio Paz dixit).