¿CÓMO EXPLICAMOS TANTO HORROR?


Por Roberto Longoni.

El mundo no deja de conmovernos, en el peor de los sentidos. Esta semana se hizo evidente algo que late todos los días en el corazón mismo de nuestra sociedad, y que el sacerdote jesuita Ignacio Ellacuría entendía de manera brillante al señalar que este mundo está enfermo, gravemente enfermo. 

Tiroteos masivos impulsados por el odio, fosas clandestinas llenas de cuerpos anónimos, feminicidios y violaciones, discursos llenos de falsedad o rabia mal intencionada, son solamente expresiones concretas de algo más terrible, una sociedad que se nos ha salido de las manos, y que creamos y reproducimos en contra de nosotros mismos. 

Esta idea no es sencilla. Fue una idea fundamental que a pensadores como Marx le llevaron muchísimas horas de análisis y crítica. En el fondo del discurso marxista, más allá de todas sus tergiversaciones soviéticas o totalitarias, late justamente la advertencia de que la sociedad que se empezó a gestar desde el siglo XVIII hasta la fecha, basada en el intercambio de mercancías y la ganancia, tiende en su esencia al caos, la desigualdad y la crisis. De paso, se lleva consigo a miles de seres humanos, que en carne propia viven algo que de alguna u otra manera muchos presentimos en nuestra vida cotidiana, es decir, la sensación de que nuestras vidas son en mayor o menor medida prescindibles; y que pueden ser intercambiables siempre y cuando se integren a la cadena de producción. 

Por eso nuestra digna rabia, y por eso nuestro grito y nuestro llanto ante el horror. Porque ante tanta tragedia nos negamos a seguir nuestras vidas como si nada hubiera pasado. Habría que preguntar a las madres que encuentran los cuerpos de sus hijxs en alguna fosa clandestina, o a los hermanos de aquellas que han sido mutiladas, si el mundo les parece tan sencillo o tan digno de seguirse reproduciendo tal cual es. 

Apenas en la proyección de un documental sobre feminicidios la directora decía (en un tono que me pareció más que peligroso), que las madres de quienes han sido asesinadas no tienen tiempo de llorar, pues tienen que lidiar con todo el aparato de (in)justicia y su burocracia. Esto, más que enaltecido, debe ser una alerta y debe indignarnos. Que impotencia genera el saber que ante los tiempos y la eficiencia que exige este sistema no tengamos tiempo ni de llorar a nuestras muertas. 

Por supuesto que a la pregunta por el horror no hay una respuesta clara o definitiva. Lo que es necesario saber es que la solución no reside en la pura voluntad de los sujetos, o en el cambio o no de un régimen político, sino en la necesidad de transformar de raíz la manera en que reproducimos nuestra existencia, que en este sistema implica el sacrificio de millones de seres humanos. 

Ante esto también parece ridículo preguntar por la esperanza. Sin embargo, es necesario, sobre todo porque no todo es tan evidentemente catastrófico. Al menos aún persisten las voces que denuncian el horror, y ello es una señal de que aún no nos conformamos totalmente con este mundo horroroso. De ese grito tendrá que surgir algo completamente distinto, o estamos perdidos.