FOUCAUL: AUTONOMÍA POLÍTICA DEL NUEVO CONTROL SOCIAL.


Texto de Javier Occhiuzzi.

Corría el año de 1975 cuando el filósofo e historiador francés Michel Foucault (1926-1984) publicaba uno de los libros más influyentes del siglo XX, que pasará a convertirse en un clásico del pensamiento político, sociológico y filosófico, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Dicho libro es un examen de los mecanismos sociales y teóricos que hay detrás de los cambios masivos que se produjeron en los sistemas penales occidentales durante la Edad Moderna.

Cuenta Foucault que en la Edad Media no había “castigos” sino “suplicios”. Los delitos o las faltas (dependiendo de su gravedad) eran ataques directos a la figura personal del Rey, por lo tanto esas faltas debían ser rectificadas de forma pública y ejemplar. Son muchas las historias que nos llegan por documentos de esa época en donde los verdugos con capucha puesta impartían la justicia monárquica y eclesiástica con hacha y garrote, todo en el marco de un espectáculo público y festivo a cielo abierto (para que Dios vea el castigo) en donde los plebeyos y vasallos concurría con su familia para ver cómo el Rey ajustaba cuentas con sus súbditos “desleales”.

Con el paso del tiempo y la revolución política que impuso la Revolución francesa, surge una nueva corriente de pensamiento jurídico-filosófico a manos de la burguesía conocida como Ius naturalismo o derecho natural, que plantea la igualdad de nacimiento de todos los hombres sin distinción entre nobles y plebeyos. En ese marco, el “suplicio” es cuestionado como una tortura “in-humana”, se lo considera un acto de venganza más que de justicia. El cambio económico y social que surgió con la Revolución industrial, conocido como capitalismo, generó un aumento de la riqueza, lo que llevó a que la burguesía se tensione más en combatir los crímenes contra la propiedad que los crímenes contra sujetos individuales. El castigo ya no puede concebirse como una venganza, sino que se justifica a partir de la defensa de la sociedad y de su utilidad para el cuerpo social. Aparece, así, la importancia de la prevención del delito. Por lo tanto, según Foucault, lo que piden los reformadores a lo largo de todo el siglo XVIII es “no castigar menos, sino castigar mejor; castigar con una severidad atenuada, quizá, pero para castigar con más universalidad y necesidad; introducir el poder de castigar más profundamente en el cuerpo social” [1].


Sin embargo, para Foucault, estas críticas progres que la burguesía naciente le cuestionaba o criticaba a la monarquía medieval escondían algo más profundo: la búsqueda de una nueva “economía del castigo”. Hay que castigar exactamente lo bastante para impedir.

La nuevas herramientas

La nueva forma de dominación debía ser más coercitiva que el miedo al castigo medieval (que se imponía a latigazo, mazmorra, hacha, hoguera e infierno) y más hegemónica que la mirada atenta de los funcionarios, curas confesores y soldados del Rey. La síntesis de esa necesidad política-social capitalista vio por primera vez la luz en la forma de sociedad carcelaria.

Son dos las herramientas que se van a usar para crear la sociedad carcelaria. La primera de ellas es la Disciplina. Un arte que se ha ejercido por años en los talleres, los monasterios y los ejércitos. Pero que a manos de la burguesía se transforma en una herramienta de producción.

La modalidad, en fin: implica una coerción ininterrumpida, constante, que vela sobre los procesos de la actividad más que sobre su resultado y se ejerce según una codificación que reticula con la mayor aproximación el tiempo, el espacio y los movimientos. A estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se puede llamar las "disciplinas" [2].

A lo largo de la historia de la humanidad hubo varios métodos de Disciplina. Pero según Foucault las disciplinas han llegado a ser en el trascurso de los siglos XVII y XVIII unas “fórmulas generales de dominación”. La escuela, el hospital, la fábrica, son las instituciones insignia de esta época y todas son hijas innegables de la prisión.
El panóptico

La autodisciplina, con formato moral-ético, que se autoimpone el ciudadano responsable por medio de su adhesión al “Contrato Social”, lo cohesiona para que siga la disciplina comunitaria “voluntariamente” aceptada. Pero el control hegemónico del nuevo territorio (que ya no es un reino sino un Estado-nación) hay que optimizarlo, lo que presupone reducir el personal a cargo de la inspección ocular. Y para desarrollar esa tarea se incorpora al arsenal lo último en arquitectura-carcelaria: el panóptico.

El panóptico era un tipo de arquitectura carcelaria ideada por el filósofo utilitarista Jeremy Bentham hacia fines del siglo XVIII. El objetivo de la estructura panóptica era permitir a su guardián, guarecido en una torre central, observar a todos los prisioneros, recluidos en celdas individuales alrededor de la torre, sin que estos puedan saber si eran observados. El efecto más importante del panóptico es inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantizaría el funcionamiento automático del poder, sin que ese poder se esté ejerciendo de manera efectiva en cada momento, puesto que el prisionero no puede saber cuándo se le vigila y cuándo no.


El Panóptico es una colección zoológica real; el animal está remplazado por el hombre, por la agrupación específica la distribución individual, y el rey por la maquinaria de un poder furtivo. Con esta diferencia: el Panóptico, también, hace obra de naturalista. Permite establecer las diferencias: en los enfermos, observar los síntomas de cada cual, sin que la proximidad de las camas, la circulación de los miasmas, los efectos del contagio mezclen los cuadros clínicos; en los niños, notar los hechos singulares (sin que exista imitación o copia), localizar las aptitudes, y en relación con una evolución normal, distinguir lo que es "pereza y terquedad" de lo que es "imbecilidad incurable"; en los obreros notar las aptitudes de cada cual, comparar el tiempo que tardan en hacer una obra, y si se les paga por día, calcular su salario consiguientemente [3].

Este edificio debía crear un “sentimiento de omnisciencia invisible” sobre los detenidos, en donde cada sujeto se reduce a su mínima unidad, en donde, gracias al panóptico, se garantiza el orden y no hay peligro de complots. El panóptico puede ser también utilizado como máquina de hacer experimentos y modificar el comportamiento o reencausar la conducta de determinados individuos. Es un lugar privilegiado para hacer posible la experimentación con humanos. En cierta forma es un laboratorio de poder. Su origen es polivalente: puede usarse para corregir presos, guardar locos, hacer trabajar a mendigos y vagos, vigilar obreros e instruir alumnos. Es una jaula cruel y sabia. En resumen, podemos decir que el “panoptismo” es el principio general de una nueva “anatomía política” cuyo objeto y fin no son la relaciones de soberanía sino las relaciones de disciplina. Disciplinas que funcionan cada vez más como técnicas que fabrican individuos útiles.
Los orígenes del Biopoder

Michel Foucault incluyó al conjunto de estos primeros elementos de dominación en la historia de lo que denominó bio-poder. Según él, este nuevo tipo de poder consiste en “técnicas diversas y numerosas para obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones. Se inicia así la era de un ‘bio-poder’” [4].

El primer ejemplo que se utiliza en Vigilar y castigar para ejemplificar y mostrar cómo funciona y se controlan los cuerpos a nivel estatal es el caso del Reglamento sanitario de fines del siglo XVIII para el manejo de la peste. Según Foucault, aquí surge el modelo paradigmático en la política para el control de poblaciones, que va a derivar en el modelo disciplinario, surgido sobre el tratamiento de la peste.

El modelo del reglamento sanitario tomado en Europa contra la peste negra era un calco de la ley mosaica del Antiguo Testamento o Pentateuco (Biblia) en donde los antiguos israelitas separaban a los leprosos de la población, piedrazo mediante en el caso de ser necesario, con el fin de evitar la propagación de la enfermedad. Antiguamente, el tratamiento de la lepra se reducía a la simple expulsión de los infectados, el modelo disciplinario de la peste desarrolló grandes dispositivos de vigilancia y gestión del espacio con el objetivo de controlar la conducta de sus usuarios sanos. El objetivo ya no era excluir a los enfermos, sino regular el comportamiento de aquellos que podían infectarse. Para lograrlo, la gestión de la peste siempre se hacía mediante un control estricto de la movilidad y los hábitos de todos los ciudadanos, indicando a la población cuándo podían salir, cómo, a qué horas, qué debían hacer en sus casas, qué tipo de alimentación debían seguir, qué tipos de contacto podían tener y cuáles no, obligándoles incluso a presentarse periódicamente ante inspectores o a dejarles entrar en sus casas. En palabras del propio Foucault, el modelo disciplinar “persigue el adiestramiento minucioso y concreto de las fuerzas útiles” [5] de cada individuo.

El sueño político del soberano

Durante el control de las epidemias el poder estatal puede realizar “registros patológicos” constantes y centralizados, la gran revista de los vivos y los muertos. Contra la peste que es caos y desorden, la disciplina aparece y hace valer su poder de análisis. La peste como forma a la vez real e imaginaria del desorden tiene por correlato médico y político la disciplina.

La ciudad apestada, toda ella atravesada de jerarquía, de vigilancia, de inspección, de escritura, la ciudad inmovilizada en el funcionamiento de un poder extensivo que se ejerce de manera distinta sobre todos los cuerpos individuales, es la utopía de la ciudad perfectamente gobernada [6].

Todo apunta a lo mismo: el gran encierro de una parte de la población y el buen encauzamiento de la conducta de otra. La lepra y la peste. Una está estigmatizada, la otra analizada y guardada. El exilio del leproso y la detención de la peste no llevan consigo el mismo sueño político. El uno es el de una comunidad pura, el otro el de una sociedad disciplinada. Según Foucault, los filósofos contractualistas y sus juristas, para hacer funcionar la teoría “pura” de los derechos y las leyes (que todos los ciudadanos somos iguales ante ellas), tuvieron que imaginar un estado de naturaleza; los gobernantes: para ver funcionar esas disciplinas perfectas, soñaban con el estado de peste.

La arqueología del Biopoder

El concepto de Biopoder, o Biopolítica, Foucault lo utilizó por primera vez, en el tomo I de su obra Historia de la sexualidad (1976), en el último capítulo "Derecho de muerte o poder sobre la vida", donde explica cómo en los dos últimos siglos se ha dado un paso en la forma de ejercer el poder por parte de los Estados: el derecho de muerte tendió a “desplazarse” en las exigencias de un poder que administra la vida, y a conformarse a lo que reclaman dichas exigencias.

El viejo derecho del soberano medieval era “hacer morir o dejar vivir”, y fue remplazado por el Biopoder de “hacer vivir o dejar morir”. Ahora es en la vida y a lo largo de su desarrollo donde el poder establece su fuerza; la muerte es su límite; el suicidio llegó a ser durante el siglo XIX una de las primeras conductas que entraron en el campo del análisis sociológico; hacía aparecer en las fronteras y los intersticios del poder que se ejerce sobre la vida, el derecho individual y privado de morir. Ese poder sobre la vida se desarrolló desde el siglo XVII en dos formas principales. Uno de los polos, al parecer el primero en formarse, fue centrado en el cuerpo como máquina: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y económicos. El segundo se desarrolló hacia mediados del siglo XVIII; fue centrado en el cuerpo-especie, en el cuerpo controlado por la mecánica de lo viviente y que sirve de soporte a los procesos biológicos: la proliferación, los nacimientos y la mortalidad, el nivel de salud, la duración de la vida y la longevidad, con todas las condiciones que pueden hacerlos variar. Todos esos problemas los toma a su cargo una serie de intervenciones y controles reguladores: una biopolítica de la población. Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población constituyen los dos polos alrededor de cuales se desarrolló la organización del poder sobre la vida. Según el autor, ese Biopoder fue un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo.

La ultima que vez que Foucault trabajó el concepto de Biopoder fue en sus cursos en el Collège de France entre 1978 y 79, cuando publicó Nacimiento de la Biopolítica. En dicha obra trabaja el concepto de biopolítica y establece el punto sobre el que se produce este “desplazamiento” desde la “analítica del poder” a la categoría de “gubernamentalidad”, y desde esta a la ética. De esta forma, en Nacimiento de la Biopolítica trata de continuar la investigación del curso de 1978 sobre la razón de Estado que aparece en Europa en el siglo XVI, señalando la ruptura que supone el liberalismo al introducir un dispositivo crítico interno al propio arte de gobernar y destinado a evitar sus excesos. Una racionalidad crítica. Una racionalidad que se autorregula sobre los principios de la economía política (límite y principio de la razón gubernamental). Una racionalidad que tuvo “la necesidad de gobernar fenómenos biológicos que conectan a las poblaciones con la naturalidad de los procesos económicos… nacimiento, enfermedad, longevidad…” [7].

El curso de 1979, que tiene por objetivo dedicarse al análisis de la biopolítica en el sentido que venimos viendo desde Vigilar y castigar, termina analizando el marco general en el que aparece el liberalismo y sus versiones contemporáneas: ordo liberalismo alemán y neoliberalismo norteamericano. La conclusión final a la que llega en dicho seminario es que el neoliberalismo es la constatación de la inutilidad de las críticas, bajo la idea de que este régimen económico sería: “siempre lo mismo y siempre lo mismo para peor… no permiten aprehenderlo en su especificidad. Ni laissez faire, ni sociedad del espectáculo-consumo-masas, ni gulag planetario; el neoliberalismo es otra cosa, gran cosa o no gran cosa, no sé, pero sin duda algo” [8].

Foucault tiene la certeza de que vivimos en un sistema económico, mercantil-capitalista, que se reconstruye y escapa de cualquier intento de análisis. Y no importa qué modelo político sea el que gobierna, todos por igual dominan a la población por medio del Biopoder, por lo tanto no hay salida estratégica para este laberinto llamado capitalismo, y tenemos que resignarnos a resistir los embates del poder de turno. Salir no se puede, solo queda resistir.

A pesar de estos aportes, Foucault no ve salida estratégica a las penurias de las masas. Su teoría del poder, que se hace eco del enorme desarrollo que han tenido los mecanismo de control social, tiende a borrar toda distinción de las formas de dominación y regímenes políticos bajo la categoría de un totalitarismo todopoderoso, dejando de lado todo antagonismo de clase. La concepción del dominio absoluto del Biopoder lleva a entender el “estado de excepción” como fundamento de base de la política Occidental. Lo cual no hace más que ocultar los objetivos de la dominación y sus operadores reales, así como el papel del Estado capitalista y la incompatibilidad de los intereses de las clases sociales [9].

Cuerpos confinados

Los gobiernos actuales están dando grandes saltos en los mecanismos de control. Es un hecho que la crisis del coronavirus es aprovechada por los poderes estatales para instrumentalizar el pánico y fortalecer los mecanismos de control de las calles y las poblaciones. El miedo se crea, se alimenta y proporciona una oportunidad sin precedentes para que los gobernantes y las clases dominantes obtengan el consenso, al tiempo que se refuerza su capacidad coercitiva.

Hoy por hoy, los cuerpos pueden ser examinados y confinados. Los cuerpos pueden ser controlados por geolocalización, en tiempo real y sin autorización. Los Estados hoy, gracias al consenso general que les dio el COVID-19, han aplicado medidas de los más autoritarias como hace años que no se veía, desde prohibir el derecho a huelga (Portugal), pasando por autorizar el espionaje a la población civil para ver quien está infectado (Israel) hasta el riesgo de pasar 5 años en prisión por violar la cuarentena (Rusia).

Es necesario examinar la relación actual entre la coerción y el consenso para comprenderla, cuestionarla y transformarla. Ya que cuando pase la crisis del Covid-19, los Estados no van a retroceder en las medidas de control social, en perspectiva de los futuros escenarios de luchas de clases que se van a abrir.

El freno de emergencia

La pandemia actual no surge en cualquier momento de la historia del capitalismo. Sino en un periodo de crisis, desde el 2008, que no encuentra formas de generar riqueza ni ganancia, y que con su desfinanciamiento de la salud pública en todas sus variantes no hizo más que agravar la situación.

Las organizaciones de la clase trabajadora deben intervenir en esta crisis con un programa independiente de las distintas fracciones capitalistas, enfrentando el poder de las clases dominantes que explotan irracionalmente el planeta y la clase trabajadora de todo el mundo. Los recursos necesarios para afrontar esta crisis se pueden obtener afectando los intereses de los grandes capitalistas.

Giorgio Agamben, el filósofo y pensador italiano, dijo hace unos 10 años (aproximadamente) que el “paradigma Biopolítico de Occidente” es el “campo de concentración” [10], eufemísticamente también llamados campos de refugiados (villa miseria también podría entrar en la categoría). Los gobiernos mundiales frente a las nuevas necesidades de millones de desplazados por guerras y pobres nuevos que el mismo capitalismo genera no tienen otra forma de reaccionar que seguir acumulando cuerpos en aislamiento. Este reforzamiento actual de los aspectos de control de la población es el preparativo indispensable de los capitalistas para las posibles rebeliones que vaya a generar la guerra que nos han declarado. Porque el capitalismo es barbarie más o menos disimulada en tiempos saludables, pero abiertamente descarnada cuando las crisis económicas, sociales y políticas se aceleran por la quiebra de una compañía global de servicios financieros, como en 2008, o la aparición de un coronavirus como en 2020.

Este sistema social muestra que solo tiene para ofrecer la destrucción de vidas humanas, el crecimiento de la pobreza y la desigualdad. Es también un momento especialmente importante para mostrar el rol “esencial” de la clase trabajadora en la sociedad y mostrar que existe otra alternativa, otra salida a la crisis.

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[1Foucault Michel, Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, Bs. As., Ed. Siglo XXI, 2005, p. 86.

[2Ibídem, p. 83.

[3Ibídem, p. 183.

[4Foucault Michel, Historia de la sexualidad. Vol.1 La voluntad de saber, Bs. As., Ed. Siglo XXI, 2007, p. 169.

[5Foucault Michel, Vigilar y castigar, ob. cit., p. 131.

[6Ibídem, p. 202.

[7Foucault, Michel, Nacimiento de la Biopolítica: Curso en el Collège de France: 1978-1979, Bs. As., Ed. FCE, 2007, pp. 35-40.

[8Ibídem, pp. 156-157.

[9Para profundizar en una crítica marxista de la teoría foucaultiana de la violencia y la tesis del biopoder, ver Emilio Albamonte y Matías Maiello, Estrategia socialista y arte militar, Bs. As., Ediciones IPS, 2017.

[10Agamben, Giorgio, Homo Sacer. El poder soberano y la vida desnuda, Valencia, Pre-textos, 2006, p. 230.