El mito del peje comunista.



Álvaro López | El Cerebro Habla 🧠


Algunas figuras de ultraderecha como Gilberto Lozano han propagado esta idea de que López Obrador nos va a llevar al comunismo. Bajo esa aseveración demagógica, el regiomontano ha logrado crear lo que, al día de hoy, parece ser el bloque opositor más grande y articulado.

El argumento le funciona por la implicación que el término comunismo tiene, sobre todo en aquel sector de la sociedad que vivió parte de su vida dentro del contexto de la Guerra Fría, una connotación muy negativa. No es como que los regímenes comunistas sean defendibles en lo absoluto, pero es claro que haber vivido en un contexto en donde la batalla era entre el capitalismo y comunismo soviético, el término genera más temor que entre los más jóvenes.

Está demás explicar estrictamente el término en este artículo, pero sí es importante entender qué significa para la gente. El comunismo implica, dentro del inconsciente colectivo, que te van a quitar tus bienes, que la propiedad privada va a desaparecer y que todos vamos a caer en la pobreza dentro de un régimen totalitario como en la URSS de Stalin o la Cuba de Fidel. La verdad es que no se ve cómo ello vaya a ocurrir, aunque sí podemos matizar sobre el tema de la pobreza, ya que si bien no “todos los mexicanos se van a volver pobres”, las políticas erráticas de este gobierno sí pueden llegar a provocar que no pocos pierdan ingresos y bajen de posición social.

A esto, Gilberto Lozano agrega la agenda progresista, que es de izquierda evidentemente, pero que no ha formado parte ni del socialismo real ni del populismo latinoamericano que tiende más bien a ser algo conservador en los aspectos sociales. Afirma tramposamente Lozano que todas aquellas políticas que tienen que ver con el género o las minorías son políticas que nos van a llevar al comunismo y que los países “comunistas” como Venezuela, Bolivia o Ecuador ya implementaron. Esto es absolutamente falso.

López Obrador es un populista, el debate se centra en eso, y sí hay que abordarlo desde esa perspectiva. ¿Ello implica que su gobierno nos vaya a llevar al comunismo? No.

En la actualidad solo hay dos naciones comunistas en el sentido tradicional: Cuba y Corea del Norte. Hay otros tres países (China, Laos y Vietnam) que siguen considerándose nominalmente como comunistas y que mantienen la estructura política comunista pero que son más bien “socialismos de mercado” ya que gran parte de los procesos productivos han sido privatizados. Ni Venezuela, mucho menos Bolivia y Ecuador son comunistas. Venezuela es un estado fallido y una dictadura, pero la propiedad privada (con todo y las nacionalizaciones) no ha sido abolida.

Si López Obrador nos llevara al comunismo como algunos aseguran, entonces México representaría apenas la segunda ocasión en que el comunismo llega a un país por medio de las urnas (la única ocasión en que ha ocurrido eso fue en el Chile de Salvador Allende, quien nunca logró consolidar el Estado socialista que buscaba). Pero nada de eso va a pasar.

Basta leer los libros autobiográficos de López Obrador y revisar su historia para comprender que su pensamiento no se forjó dentro del marxismo, AMLO no forma parte de esa tradición. Al menos, en este sentido AMLO parece ser honesto, su ideario político tiene que ver más bien con esa nostalgia posrevolucionaria, ese modelo económico mixto que se considera trajo el “milagro mexicano”. En muchos sentidos, AMLO es más priísta (de la vieja guardia) que comunista.

Otra “prueba de nuestro tránsito al comunismo” es que MORENA pertenece al Foro de Sao Paulo donde se aglomeran los partidos de izquierda de América Latina, desde laboristas y socialdemócratas hasta comunistas. Personas como Gilberto Lozano aseguran que México está siguiendo una supuesta agenda preestablecida para establecer el comunismo en nuestro país. Ciertamente, el partido de Nicolás Maduro o el de Evo Morales pertenecen a este foro, pero también la izquierda del uruguayo Pepe Mujica, el de Michelle Bachelet o el gobierno actual de Panamá forman parte de él y no es como que ellos hayan seguido una agenda para llevar a sus países al comunismo: sus países siguen siendo economías de mercado democráticas.

En este sentido, MORENA es más parecido al PRI con el que creció López Obrador. El partido ha aglomerado en su seno tanto a gente de extrema izquierda, progresistas e inclusive personas de derecha muy conservadoras (sin olvidar a los evangélicos que han sido “apapachados” por este gobierno). Prueba de ello es la forma en que MORENA suele votar las agendas progresistas en los estados. En la Ciudad de México de Claudia Sheinbaum, MORENA muestra una línea claramente progresista que sigue la línea establecida desde el gobierno de Marcelo Ebrard. En cambio, en Puebla los integrantes de ese mismo partido bloquearon la iniciativa del matrimonio igualitario, en Hidalgo obstruyeron la iniciativa de la interrupción legal del embarazo.

La agenda progresista es una disputa dentro de ese partido, ya que mientras que unos están a favor y otros en contra, algunos representantes del partido buscan legalizar el matrimonio igualitario en todo el país mientras que el propio López Obrador mantiene una línea bastante más conservadora al respecto, lo cual incluye la abierta displicencia a los grupos feministas y la violencia de género. Esto es algo parecido a lo que ocurre con el PRI respecto a estos temas donde la postura suele ser ambigua y tiene discrepancias a nivel regional.

En efecto, AMLO desea un papel más activo del Estado en la economía, pero no desea suprimir a la iniciativa privada. Más bien, como en la tradición del viejo PRI, pretende tener cierto control sobre la élite económica (a la cual considera necesaria, aunque no termina de entender ni de dimensionar su importancia del todo). Por ello se explica que lleve a los “peces gordos” como Salinas Pliego o Hank González a sus reuniones con Trump. Evidentemente, este tipo de relación entre Estado y élite económica donde la segunda se somete pero obtiene beneficios del primero termina siendo nociva para el país porque tiende, a la larga, a configurar eso que algunos llaman capitalismo de cuates y que termina generando una mayor desigualdad social. Pero eso no es comunismo.

Luego, dentro de este “Estado más activo” AMLO tiene algunas particularidades que podrían sonar hasta “neoliberales”. AMLO, hasta la fecha, ha sido constante con su idea de la austeridad republicana e incluso se le ha pasado la mano, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo. Su apuesta, a diferencia de la gran mayoría de los gobiernos de izquierda que justo al llegar al poder buscan gravar y recaudar más (si es que podríamos considerar estrictamente a AMLO de izquierda), es hacer más con menos.

La geopolítica también contraria a quienes sugieren este “establecimiento del comunismo en México”. ¿Por qué si López Obrador es comunista tendrá su primer viaje presidencial a Estados Unidos con Donald Trump? ¿Por qué su gobierno ha atendido todos los caprichos de Trump y por qué celebra con algarabía la firma del T-MEC? ¿No se supone que si es comunista tendría que sostener un discurso abiertamente anticapitalista, antiestadounidense y antiimperialista? ¿Por qué Estados Unidos permitiría así sin más un gobierno comunista como vecino y recibiría al mandatario a quien “estima como un gran amigo”?

Nadie niega que el gobierno de López Obrador tenga muchos rasgos preocupantes y tal vez hasta peligrosos. La constante incapacidad de algunos en esta gestión y la necedad de tratar de encajar la visión ideal de un México que ya no existe con la realidad está generando serios problemas y podría traducirse en más pobreza y más inseguridad. La degradación institucional es un hecho, la democracia sí está en riesgo y la aspiración de “regresar al pasado” viene incluido con la apuesta de tener todas las variables bajo su control, pero de ahí a que nos quiera convertir en comunistas hay un largo trecho.

Quien sugiera que México va a ser comunista y que el martillo y la hoz va a sustituir al escudo del águila y la serpiente de la bandera, o habla desde la ignorancia, o simplemente está engañando deliberadamente.