La Combi.


Álvaro López | El Cerebro Habla 🧠

Vivimos en una sociedad rota, en un orden social e institucional que es injusto.

Pero no solo es injusto con los pobres, quienes no tienen acceso a herramientas para superar su condición, sino que lo es con la población en general porque no son pocas veces las cuales quienes han sido violentados o agredidos por el crimen ven que los organismos de justicia funcionen a su favor. La impunidad en el país es terriblemente alta: la mayoría de los crímenes no son castigados.

Que un conjunto de pasajeros haya decidido agredir a su victimario (el asaltante) es prueba de ello, de la ausencia de las instituciones para hacer justicia.

Esa reacción, por más “escabrosa” les pueda sonar a algunos, es normal: si un ser humano es atacado, agredido o su integridad es puesta en riesgo, y si se encuentra en una posición que pueda defenderse, no solo buscará neutralizar al enemigo, sino que, producto del coraje y la impotencia, reaccionará de forma virulenta.

Evidentemente, este tipo de reacciones conllevan un riesgo y por eso la justicia institucional es necesaria. El castigo puede no ser proporcional al crimen. Quienes están pateando a los delincuentes, debido a que están envueltos en coraje, pueden llegar a provocar daños al delincuente (o incluso privarlo de su vida, sin que esa sea la intención explícita de los agredidos) que no padecería en caso de que los organismos de justicia aplicaran un castigo proporcional al crimen. También es posible que, producto de la misma virulencia y enojo, un conjunto de personas terminen agrediendo a una persona que es inocente.

Pero los culpables no son ellos, los responsables de que esto suceda son las instituciones que no han logrado proteger a los ciudadanos. Al no haber un sistema de justicia que me proteja, tengo solo dos alternativas: o dejarme asaltar o navajear por el delincuente, o irme contra él y agredirlo. Evidentemente, no se me puede pedir que opte por la primera, y es cierto que en el caso de la segunda no es como que vaya a pensar en aplicar un castigo muy justo y medido, sino que me lanzaré contra mi agresor envuelto en un fuerte sentimiento de coraje y encono.

Mucha gente vio con gusto este video. No sé si ello nos debiera preocupar o no, pero también es, en cierta medida, una reacción consecuente: muchas personas en México han sido asaltadas o temen que las asalten, que los delincuentes les hagan algo a ellos o a sus seres queridos. No son pocas las historias de secuestros, de personas que perdieron a sus padres o sus hijos producto de los delincuentes mismos.

Por otro lado, es un terrible error romantizar la delincuencia. Hay voces que nos señalan que el ladrón lo es producto de un orden social injusto, poco equitativo o de una sociedad quebrada. Es cierto que condiciones así fomentan la delincuencia, y es cierto que ello hay que saberlo para diseñar mejores políticas para combatirla, pero ni el contexto ni la circunstancia puede eximir los actos en contra de una persona inocente. El delincuente tiene libre albedrío y no es un mero autómata como para pensar que su condición le obliga como por simple reflejo a actuar así.

Es cierto también que muchos de los delincuentes no lo hacen por mera necesidad. La gran mayoría de ellos, aunque vienen de sociedades fracturadas, no roban para “llevar pan a su casa” (menos con un arma que cuyo costo tiene tres ceros cuando mínimo), sino para tener más recursos y comodidades a costa de los demás. Para la mayoría de los delincuentes, su actividad es una profesión y no un “instinto de supervivencia”.

El acto de delinquir debe ser igualmente reprobado sin importar si se trata de un empresario que desvió recursos o un chavo banda que asaltó a un grupo de personas con una navaja. Todos esos actos tienen un perjuicio para personas inocentes. ¿Por qué gente inocente tendría que pagar por el hecho de que el delincuente viva en “una situación difícil”, si fuera el caso? ¿Por qué tendría que acceder a que me roben mi celular y me den de navajazos nada más porque el ladrón es “víctima de la desigualdad”?

La respuesta ante todo esto es la necesidad de un Estado de derecho e instituciones fuertes y justas, que trabajen para todos y no solo para unos cuantos. Es imperativo también un orden social más meritocrático, donde quienes se encuentran en la base de la pirámide social tengan las herramientas para que mediante su esfuerzo y talento puedan aspirar a una mayor movilidad social. El problema del crimen debe ser atacado desde ambos flancos: 1) el preventivo, que debe sí, tener un enfoque social que busque fortalecer el tejido social al crear un orden más justo y 2) el correctivo, donde quien delinque reciba un castigo categórico, pero justo y proporcional a su crimen para evitar que vuelva a delinquir y sea realmente reincorporado a la sociedad después de haber cumplido su pena.

Mientras eso no exista, la gente seguirá haciendo justicia por cuenta propia. Y es natural que suceda cuando no hay nadie que la proteja.