
12-03-2025
En días recientes, un periodista que escribe para diversos medios de comunicación me dio la bienvenida como columnista en El Nuevo Gráfico y utilizó el término "líder moral" para referirse a mí en relación con una colectiva feminista de la que formé parte en el pasado, pero de la cual ya no soy integrante desde hace algún tiempo. E inclusive me he deslindado de esta agrupación. Por lo que reitero mi decisión de manera definitiva: no volveré a ser activista nunca más.
El uso de este término no es casualidad. Un líder moral es alguien que ejerce influencia a través de valores, principios éticos y un fuerte compromiso con la justicia y el bienestar común. No se necesita un cargo público ni el respaldo del Estado para liderar, sino coherencia y convicción. Ejemplo de ello es Marielle Franco, activista feminista y defensora de los derechos humanos en Brasil, quien denunció la violencia policial y la desigualdad hasta ser silenciada por el mismo sistema al que enfrentó.
Por otro lado, está el liderazgo institucional, que se apoya en estructuras de poder y que, en muchos casos, funciona como un mecanismo de contención antes que como una verdadera herramienta de transformación. Bertha Miranda es un claro ejemplo de este modelo: una funcionaria pública que se ha alineado con el aparato gubernamental y cuya actuación el pasado 8 de marzo dejó en evidencia su postura.
La decisión de colocar vallas en el centro de Pachuca, coordinada por Bertha Miranda, no fue un acto de protección, sino un intento de censura, control y desmovilización de la protesta. La estrategia del gobierno fue clara: priorizar la estabilidad del sistema sobre la voz de las mujeres que exigen justicia.
El feminismo que Bertha Miranda representa es institucional y limitado en su alcance, diseñado para adaptarse al aparato estatal sin desafiarlo realmente. Su gestión como funcionaria pública refleja esta postura: lejos de garantizar espacios seguros para la protesta, se ha dedicado a mediar con el poder y a contener el descontento social.
Bertha Miranda ocupa una posición de privilegio dentro del aparato gubernamental, desempeñando un cargo financiado con recursos públicos. Su postura acomodada la mantiene alejada de la realidad que enfrentan muchas mujeres en Hidalgo. Carece del carisma, la empatía y la convicción necesarias para representar a las víctimas de violencia. No ha estado en las calles, no ha sentido el miedo de ser perseguida, ni ha vivido el exilio como consecuencia de desafiar a un sistema que nos quiere calladas.
En contraste, el feminismo que he practicado es radical y profundamente informado. No es un feminismo superficial ni acomodaticio; por el contrario, surge desde el conocimiento y la experiencia de lucha. Durante mi doctorado, tuve la oportunidad de profundizar en la teoría feminista desde una perspectiva académica rigurosa. En particular, cursé un seminario sobre Metodología Cualitativa para la Investigación Social desde un Enfoque Crítico, impartido por la Dra. Olivia Tena Guerrero en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, lo que enriqueció mi comprensión sobre las metodologías feministas y su aplicación en la investigación social.
Este feminismo, además de ser combativo, se fundamenta en el rigor intelectual y el análisis estructural de la opresión patriarcal. No es un feminismo de conveniencia ni una estrategia política; es una postura ética, sustentada en la teoría y en la praxis, que desafía al poder desde el conocimiento y la acción.
La protesta y la visibilización de las injusticias han sido herramientas fundamentales para exigir cambios estructurales reales. Este feminismo no busca negociar con el opresor, sino desafiarlo y exponer sus contradicciones.
La diferencia entre nosotras no solo radica en nuestras posturas frente al poder, sino en la forma en que hemos enfrentado la lucha: mientras que mi feminismo ha desafiado las estructuras patriarcales del Estado, el suyo se ha limitado a operar dentro de ellas, contribuyendo a la desmovilización y a la cooptación del movimiento.
Mientras que el feminismo radical denuncia al Estado como parte del problema y busca formas autónomas de organización y lucha, el feminismo institucional apuesta por reformas dentro del sistema, lo que a menudo lleva a la cooptación del movimiento y a la dilución de sus demandas más combativas.
En resumen, la diferencia central radica en que yo he practicado un feminismo que desafía al poder, mientras que figuras como Bertha Miranda han optado por mediar con el poder, incluso si eso implica condicionar las protestas.
Señor Gobernador, las palabras convencen, pero los hechos arrasan. Es momento de que su administración demuestre con acciones concretas su compromiso con las mujeres de Hidalgo y que reconsidere a las personas que integran su gabinete, pues lo han engañado y han dañado su credibilidad ante el pueblo.
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Foto: de Martín Hernández, un periodista independiente con su propio medio que ha mantenido una línea editorial congruente.