
Alonso Quijano
La plancha del Zócalo se ha convertido en un enorme altar de luto y resistencia. Cientos de zapatos, velas encendidas y fotografías de desaparecidos forman el escenario de una vigilia que no solo busca recordar, sino también exigir justicia. El hallazgo del Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, donde se encontraron restos humanos, objetos personales y más de 400 zapatos en un supuesto campo de exterminio, ha reavivado el grito de las familias: “Presidenta, ¿ahora sí nos ve?”.
Desde lo alto de Palacio Nacional, el poder observa, pero no responde. Mientras tanto, abajo, las madres buscadoras y familiares de desaparecidos han dejado claro en su pronunciamiento: la desaparición de personas no es un hecho aislado, es una pesadilla nacional que lleva décadas destruyendo vidas. Con rabia y dolor, recordaron que este horror no nació en la actual administración, pero tampoco se ha contenido. “El fenómeno se generaliza y el dolor se multiplica en todos los estados de la república y alcanza a muchos sectores sociales”, advirtieron.
Aplausos y lágrimas se entremezclaron en la ceremonia cuando las familias reconocieron el trabajo del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco, quienes con sus propias manos encontraron el campo de exterminio en Teuchitlán. En la plancha del Zócalo, replicaron la escena del horror: colocaron los zapatos numerados junto a veladoras, simulando lo descubierto en el rancho Izaguirre. Junto a ellos, palabras que deberían helar la sangre de cualquier autoridad: “fosas”, “crematorios”, “centros de reclutamiento”.
Pero si el acto comenzó como una vigilia pacífica, la tensión no tardó en crecer. Un grupo de jóvenes arrancó las vallas de Palacio Nacional y comenzó a lanzar consignas contra el gobierno, lo que provocó el despliegue inmediato de la policía capitalina. Frente a los uniformados, una enorme manta fue desplegada con un mensaje imposible de ignorar: “México no es un país, es una fosa”.
El choque era inminente. Con escudos de plástico y formación cerrada, los policías avanzaron en un intento por contener la protesta. Las imágenes mostraban empujones, gritos y objetos volando. Mientras tanto, algunas madres y padres pedían calma. “No sabemos quiénes son los que están del otro lado. Este es un acto pacífico, no queremos que usen nuestra lucha para otros fines”, suplicaron.
Pero la realidad es innegable: México cosecha lo que ha sembrado. Y lo que ha sembrado son cuerpos, miles de ellos, en fosas clandestinas esparcidas por todo el territorio. La crisis de desapariciones sigue cobrando víctimas mientras el gobierno ofrece respuestas tardías o, peor aún, no responde en absoluto.
Hoy, las familias exigen lo que siempre han exigido: verdad, justicia y, al menos, una señal de humanidad desde el poder. Pero ante un Estado que se niega a mirar de frente su propia crisis, el Zócalo seguirá siendo testigo del grito de un país que se desangra en la impunidad. Porque la pregunta sigue en el aire, escrita con letras gigantes frente a Palacio Nacional: “Presidenta, ¿ahora sí nos ve?”.