
Julio Gálvez
El reciente enfrentamiento entre Donald Trump y su vicepresidente J.D. Vance con Volodímir Zelensky ha dejado claro que lo que está en juego no es solo el destino de Ucrania, sino un conflicto de dimensiones globales. La visita del presidente ucraniano a Washington, lejos de consolidar el apoyo estadounidense, lo dejó políticamente debilitado y con un panorama incierto.
Zelensky, cuyo mandato finalizó en mayo del año pasado sin elecciones que legitimaran su continuidad, se presentó en la Casa Blanca en busca de más respaldo para su guerra contra Rusia. Sin embargo, la respuesta de Trump fue contundente: “Regresa cuando estés listo para hacer la paz”. El mensaje no solo evidenció el distanciamiento entre EE.UU. y Ucrania, sino que también puso de manifiesto que el conflicto se está convirtiendo en un lastre para Occidente.
En el fondo, la lucha en Ucrania no solo es una cuestión militar o política, sino también económica. En el tablero global, el país posee un recurso clave: 13 billones de dólares en tierras raras y su valiosa tierra negra (chernozem), fundamentales para la industria tecnológica y agrícola mundial. La apuesta de los grandes fondos de inversión, como BlackRock, la Banca Rothschild, George Soros y Bloomberg, en Ucrania ha sido enorme, y el colapso del gobierno de Zelensky pondría en riesgo estos intereses.
La posibilidad de una Tercera Guerra Mundial (TGM) surge como una alternativa extrema para evitar que esta burbuja financiera estalle. Con los mercados en tensión y la deuda de EE.UU. alcanzando niveles insostenibles –según Elon Musk, el pago de intereses ya supera el gasto militar anual del país–, la geopolítica se entrelaza con la especulación financiera. El sistema de derivados financieros, que opera fuera de los balances tradicionales, es una bomba de tiempo que podría superar los 2 mil billones de dólares en pérdidas si la situación se descontrola.
El fracaso de Zelensky en la Casa Blanca no solo debilitó a Ucrania, sino que afectó la posición de sus aliados europeos. Londres, París y Berlín, que han apostado fuertemente por el conflicto, se encuentran ahora en una encrucijada. The Economist, propiedad de la familia Rothschild, calificó la reunión en Washington como un “doble desastre”, evidenciando el aislamiento progresivo del líder ucraniano.
Mientras tanto, la narrativa mediática se reorganiza. Medios influyentes como Le Point, The Economist y el New York Times han lanzado una campaña contra Trump, acusándolo de ser un agente ruso con el mote de “Krasnov”, y describiéndolo como un “gánster”, en un intento por deslegitimarlo ante la opinión pública global. Sin embargo, el equipo de Trump no se queda atrás: figuras como Kash Patel, designado director del FBI en caso de una reelección, han señalado la existencia de un “Deep State” dentro del gobierno de EE.UU. que manipula la política exterior para beneficiar a las élites financieras.
Dentro del Congreso, el senador republicano Lindsey Graham ha sido uno de los más duros con Zelensky, exigiendo su renuncia o una destitución inmediata. Su postura refleja una creciente fatiga en Washington respecto a la guerra en Ucrania, que ha costado miles de millones de dólares sin una victoria clara en el horizonte.
En este ajedrez global, las verdaderas “cartas” las tiene Rusia. Mientras Zelensky lucha por mantener su legitimidad, Putin y Xi Jinping fortalecen su alianza estratégica, consolidando un nuevo orden mundial multipolar. La posibilidad de que Trump coopere con Moscú en la explotación de tierras raras en Ucrania y Rusia es cada vez más real.
Con la era post-Zelensky en el horizonte, la pregunta ya no es si Ucrania puede ganar la guerra, sino cómo Occidente manejará su derrota sin perder completamente el control de sus intereses estratégicos.