
Alonso Quijano
México vive una auténtica pandemia de obesidad y diabetes. Lo dicen las estadísticas, lo viven millones de familias, y lo ha combatido el propio Estado desde hace años con políticas de salud pública que, aunque insuficientes, habían logrado marcar una diferencia. Por eso, la reciente reunión del titular de la Secretaría de Educación Pública, Mario Delgado Carrillo, con las empresas más poderosas del sector alimentario —esas que fabrican los productos ultraprocesados que enferman a nuestros niños— no solo fue una contradicción política, fue una capitulación ideológica.
Así lo señalaron de manera contundente Fabrizio Mejía Madrid, Héctor Alejandro Quintanar y Alejandro Páez Varela en el programa “Radicales”, transmitido por SinEmbargo Al Aire. La crítica fue clara: Mario Delgado hizo lo que el presidente López Obrador se negó a hacer durante todo su mandato: abrirles las puertas del Estado —en este caso, del sistema educativo— a los titanes de la “comida chatarra”. Páez Varela lo dijo sin rodeos: “Lo que hizo Mario Delgado fue recibir a todos los que López Obrador había echado del atrio”.
El simbolismo es escandaloso. Las políticas de etiquetado, las restricciones publicitarias, la batalla contra el azúcar, los vapeadores y la nicotina, así como el discurso de salud impulsado por la 4T, quedan hoy ridiculizados por la fotografía de Delgado pactando con quienes ven en los menores de edad un mercado sin conciencia y en las escuelas, un punto de distribución ideal. Para los conductores del programa, este movimiento representa una traición no sólo a la herencia política del obradorismo, sino a la infancia mexicana.
Fabrizio Mejía fue más allá: recordó que México había avanzado gracias a la presión social, científica y gubernamental para frenar el poderío de estas industrias. Pero ahora, por el cálculo político de Mario Delgado —quien ya vislumbra su futuro más allá del gabinete—, se dobla la rodilla ante el mismo poder económico que financió campañas sucias contra la izquierda, protegió a pederastas como Marcial Maciel y sembró obesidad en cada esquina del país.
Quintanar recordó la injerencia histórica de empresas como Bimbo en la política mexicana, no solo desde lo económico, sino también desde lo simbólico. El “Osito Bimbo”, señaló, fue usado como emblema contra la izquierda en su momento, y su participación política ha estado vinculada con el financiamiento de campañas del PAN y la defensa de sectores profundamente reaccionarios.
Las tabacaleras, por su parte, han reciclado su estrategia con campañas engañosas para disfrazar de “cool” una adicción más peligrosa que la cocaína, como señaló Páez. Por eso, sentarse con ellos es, en palabras de los analistas, una forma de normalizar el veneno. Literalmente.
El segmento “Vida Saludable” que aún se transmite cada mañana en Palacio Nacional, queda hecho trizas ante esta decisión. ¿Cómo puede el Gobierno hablar de nutrición mientras su titular de Educación pacta con quienes la sabotean diariamente en cada tienda de la esquina? ¿Cómo puede hablarse de soberanía alimentaria si se entrega la SEP como plataforma de legitimación para Nestlé, Hershey’s, Barcel o Coca-Cola?
La respuesta es simple: no puede. Lo que hay es una contradicción escandalosa, una rendición disfrazada de diplomacia institucional y, sobre todo, un golpe silencioso a los avances logrados en salud pública. Y, como bien lo apuntaron los “Radicales”, todo esto pasa sin que los grandes medios digan nada. Callan. No informan. Porque también hay “periodistas chatarra” y “medios ultraprocesados”.
La alimentación es política. La salud también. Y mientras el discurso oficial de la 4T se llena la boca hablando del pueblo, Mario Delgado les entrega las escuelas a los envenenadores profesionales, a los fabricantes de enfermedades, a los millonarios que sueñan con forrarse a costa de la infancia mexicana.
Por eso no se puede mirar hacia otro lado. Este no es un desliz técnico. Es un retroceso histórico. Es abrirle la puerta a un enemigo probado. Y cuando el Estado se pone al servicio de quienes lucran con el hambre, la gordura y la ignorancia, no solo claudica: traiciona.