
#Opinión | Jorge Montejo
Gerardo Fernández Noroña, el eterno indignado profesional, aquel que alguna vez se golpeaba el pecho contra la oligarquía y los “poderes fácticos”, llegó a Hidalgo… y terminó apapachado por los mismos que durante décadas operaron desde el PRI. Sí, los mismos que mantuvieron secuestrado al estado y que hoy, con nuevo logo en la solapa, lo recibieron como estrella invitada para bendecir su nueva piel guinda.
La visita fue todo un éxito… para la mafia del poder. Le hicieron la barba, le prepararon comida, lo pasearon, le llenaron los eventos con acarreados gubernamentales bien entrenados, y le sirvieron un festín de elogios para endulzarle el oído. ¿El objetivo? Que Noroña saliera encantado y, de paso, les hiciera el favor de legitimar a todos los expriistas que ahora se hacen llamar “transformadores”. Y vaya que funcionó.
Las bases morenistas, esas que creyeron que alguien como Noroña llegaría a levantar la voz contra el avasallamiento del movimiento, solo pudieron ver con cara de “¿es neta?” cómo el compañero se dejó llevar por la alfombra roja del poder. La izquierda verdadera esperaba un acto de congruencia… y recibió una postal de la Cuarta Transformación versión Hidalgo: expriistas al frente, fundadores al fondo, y Noroña tomándose selfies con los de siempre.
El colmo fue verlo abrazando a quienes se metieron a Morena por la puerta trasera, expulsando por la ventana a quienes fundaron el movimiento. Esos mismos expriistas que practican el arte del “capitalismo de cuates”, reparten contratos entre amigos, y se llenan los bolsillos mientras se burlan de quienes todavía creen en la lucha social. Pero ahí estaba Noroña, feliz, como si todo fuera parte de una linda reunión familiar.
La estrategia, digna de un manual de traición, es vieja pero efectiva: usar a las bases para ganar elecciones, y luego tirarlas como servilletas sucias. Lo nuevo es que ahora tienen a tribunos como Noroña que, en vez de denunciarlo, lo celebran con discursos cargados de diplomacia y silencio cómplice. El Caballo de Troya ya no entra a escondidas: ahora desfila por las calles con la banda presidencial y aplausos en cadena.
Así, la visita de Noroña no solo fue una decepción: fue una burla con boleto VIP. Mientras los verdaderos morenistas miran desde la banqueta cómo se reparten el botín, el “revolucionario” se deja seducir por quienes siempre han vivido del poder. Al final, lo único que transformó fue su papel: de opositor incómodo… a mascota útil del sistema.
___________
PD. Y con razón AMLO jamás lo consideró en serio para la presidencia —ni en las encuestas lo metía—, porque ya sabía de qué pie cojeaba: mucho discurso de izquierda, pero a la hora de los abrazos, Noroña termina más cómodo con los expriistas que con las bases que fundaron Morena. En el momento clave, Noroña no alzó la voz por el pueblo, sino el que se sentó a comer con los que siempre lo traicionaron.