
María Gil
3 de diciembre de 2025
La “revolución laboral” prometida por el gobierno federal llegó… pero en cámara lenta. Mientras el oficialismo presume un avance histórico rumbo a la jornada de 40 horas, la letra chiquita revela que el cambio no será inmediato, ni en 2026, ni siquiera en 2027, sino hasta enero de 2030. Una línea del tiempo tan generosa con el sector patronal que prácticamente convierte la reforma en un plan sexenal más que en un beneficio inmediato para la clase trabajadora.
Marath Baruch Bolaños, secretario del Trabajo, presentó la ruta oficial para reducir la jornada de 48 a 40 horas. El anuncio vino cargado de promesas: que la nueva jornada quedará escrita en la Constitución y la Ley Federal del Trabajo; que no habrá recortes salariales ni pérdida de prestaciones; y que, por fin, se prohibirá que menores de edad trabajen horas extras. Todo correcto en el papel. El problema es cuándo.
El Congreso de la Unión aprobará la reforma hasta 2026, y después comenzará el peregrinaje por los congresos estatales para lograr las reformas constitucionales. Ese mismo año funcionará como un “periodo de ajuste”, una especie de tregua para que los patrones organicen sus nuevos horarios y los trabajadores hagan lo propio con sus expectativas.
La reducción real comenzará en 2027 y avanzará con una prudencia casi quirúrgica: dos horas menos por año, como si el país estuviera calibrando un satélite y no reconociendo un derecho postergado durante décadas. Así, el calendario oficial marca 2027, 2028 y 2029 como años de transición hasta llegar finalmente al objetivo: 40 horas semanales en enero de 2030.
El gobierno lo vende como un triunfo histórico. Sus detractores lo ven como una victoria aplazada. Y millones de trabajadores, acostumbrados a jornadas extensas y productividad sin compensación adecuada, tendrán que esperar otro tramo considerable para ver la reforma en acción. Porque en México, incluso cuando se reconoce un derecho laboral, la burocracia se asegura de que llegue despacio, sin prisa y sin molestar demasiado.
Al final, la promesa se cumplirá… siempre y cuando nadie en el camino decida “revisar”, “ajustar” o “reprogramar” el calendario. Aquí nada es inmediato: ni las 40 horas, ni la esperanza de una mejor calidad de vida.