
09/08/25
Con la llegada de la llamada 4T la nación empezo un cambio no solo en lo político sino tambien en lo mental. Ahora se busca un revisionismo histórico que de cuenta de una nueva versión de los episodios históricos beneficiando al partido hegemonico en el poder.
Nación, nacionalismo, nacionalidad, sentimiento, identidad nacional… Pertenecer a una nación es un lazo doble, el derecho a tener identidad, a recibir protección, y el deber de conformarse a las costumbres, a las leyes, eventualmente, de morir por la patria.
Todo ocurre como si en nuestra época la política no pudiese crear nada que no fuese nación. A partir de este hecho fundamental, el nacionalismo sirve de etiqueta ideológica y, por lo tanto, es proteiforme.
En este siglo el historiador ha conocido la demanda imperativa del Estado totalitario, ha sufrido las presiones y las seducciones del Estado autoritario, conoce ahora las tentaciones del mercado. ¿Cómo conservar la integridad profesional cuando se está sometido a la presión de producir resultados a modo? La historia como identidad nacional no es más que uno de los aspectos de un problema mayor, el de la historia pública, de la historia sobre pedido, con o sin convicción, cinismo, prostitución.
Todo estado social exige ficciones, mitos. La historia puede ser una ficción, dado el hecho de que se la considere esencial para la creación y conservación de la identidad nacional. Ese conjunto de mitos fundadores actúa sobre el porvenir porque es una acción presente. El carácter real de esa historia es el de tomar parte en la historia. El porvenir, por definición, no se puede imaginar. Ese tipo de historia casi nos hace el milagro de darle una cara al futuro. Por eso, dicha historia es iconográfica, inseparable del himno y del estandarte, referencias todas religiosas. Nos ofrece un repertorio de situaciones y de catástrofes, una galería de antepasados, un formulario de actuaciones, expresiones, actitudes para ayudarnos a ser y devenir. La historia que se enseña a las masas, fuera del aula de primaria, no es menos engañosa y bruta. ¿Por qué escapan al proceso de corrección, revisión, extensión que caracteriza a la historiografía?
La historia puede también ser “maestra de vida” y, como tal, factor positivo de identidad nacional, si es capaz de rescatar la voz de los “vencidos” y de los olvidados.
Conservador de memoria, el historiador debe someterla a la crítica de siempre, con todo el rigor.
La tarea más difícil y más noble del historiador es el debate y el reexamen. La verdadera revisión necesita comprensión benevolente. Intercambio científico abierto para confrontar puntos de vista divergentes, para lograr una visión analítica y crítica, evolutiva sin ser relativista. No hay verdad definitiva, pero la honestidad es necesaria.
Si bien es cierto que la historia es un elemento de la identidad nacional, no veo por qué le tocaría al historiador, como “científico social”, garantizar la “verdad”, la veracidad de los llamados mitos fundadores, que solo son eso…. Mitos para legitimizar al poder del estado.
Nación, nacionalismo, nacionalidad, sentimiento, identidad nacional… Pertenecer a una nación es un lazo doble, el derecho a tener identidad, a recibir protección, y el deber de conformarse a las costumbres, a las leyes, eventualmente, de morir por la patria.
Todo ocurre como si en nuestra época la política no pudiese crear nada que no fuese nación. A partir de este hecho fundamental, el nacionalismo sirve de etiqueta ideológica y, por lo tanto, es proteiforme.
En este siglo el historiador ha conocido la demanda imperativa del Estado totalitario, ha sufrido las presiones y las seducciones del Estado autoritario, conoce ahora las tentaciones del mercado. ¿Cómo conservar la integridad profesional cuando se está sometido a la presión de producir resultados a modo? La historia como identidad nacional no es más que uno de los aspectos de un problema mayor, el de la historia pública, de la historia sobre pedido, con o sin convicción, cinismo, prostitución.
Todo estado social exige ficciones, mitos. La historia puede ser una ficción, dado el hecho de que se la considere esencial para la creación y conservación de la identidad nacional. Ese conjunto de mitos fundadores actúa sobre el porvenir porque es una acción presente. El carácter real de esa historia es el de tomar parte en la historia. El porvenir, por definición, no se puede imaginar. Ese tipo de historia casi nos hace el milagro de darle una cara al futuro. Por eso, dicha historia es iconográfica, inseparable del himno y del estandarte, referencias todas religiosas. Nos ofrece un repertorio de situaciones y de catástrofes, una galería de antepasados, un formulario de actuaciones, expresiones, actitudes para ayudarnos a ser y devenir. La historia que se enseña a las masas, fuera del aula de primaria, no es menos engañosa y bruta. ¿Por qué escapan al proceso de corrección, revisión, extensión que caracteriza a la historiografía?
La historia puede también ser “maestra de vida” y, como tal, factor positivo de identidad nacional, si es capaz de rescatar la voz de los “vencidos” y de los olvidados.
Conservador de memoria, el historiador debe someterla a la crítica de siempre, con todo el rigor.
La tarea más difícil y más noble del historiador es el debate y el reexamen. La verdadera revisión necesita comprensión benevolente. Intercambio científico abierto para confrontar puntos de vista divergentes, para lograr una visión analítica y crítica, evolutiva sin ser relativista. No hay verdad definitiva, pero la honestidad es necesaria.
Si bien es cierto que la historia es un elemento de la identidad nacional, no veo por qué le tocaría al historiador, como “científico social”, garantizar la “verdad”, la veracidad de los llamados mitos fundadores, que solo son eso…. Mitos para legitimizar al poder del estado.